El precio del pecado
“¡Manténganse puros, porque cuando se casen les pondrán una corona sobre la cabeza y se arrodillarán bajo el Evangelio!”.
Los pecados carnales llevan a que la mente del hombre se disperse. Cuando alguien se arroja al pecado, pierde toda la pureza y su corazón queda manchado. El Evangelio dice que los puros verán a Dios. Por eso, por más que le hablemos al que es carnal y mundano, no podrá creer en la resurrección de los muertos. El mundo actual está sumido en las tinieblas. Se dice que en la guerra contra los albaneses, un soldado se apartó y cayó en el desenfreno; cuando volvió al campo de batalla, una bala lo mató inmediatamente. El pecado atrae la muerte.
Mi mamá nos decía:
—¡Manténganse puros, porque cuando se casen les pondrán una corona sobre la cabeza y se arrodillarán bajo el Evangelio!
Siendo recluta, por un tiempo fui enviado a Kalamata. Así, un mediodía nos dieron permiso para ir a la ciudad. Viéndome sólo por el camino, un coterráneo mío me cogió de la mano y trató de llevarme a un burdel, desde cuyo interior me había visto pasar. Recuerdo que me tomó con fuerza de ambos brazos, buscando la manera de arrastrarme a aquel lugar. Entonces le dije:
—¡Espere un poco! ¡Mi mamá nos dijo: “Preséntense (puros) como flores bajo el Evangelio”!
Esas palabras me ayudaron toda la vida a no caer en tal clase de pecado. Al escucharme, aquel hombre me dejó en paz. Sé que estuvo bien que no haya cedido, porque mientras el joven permanezca puro y no conozca esas cosas, no experimentará ningún el deseo. Si hubiera aceptado, habría aprendido a cometer ese clase de pecados.
(Traducido de: Ca aurul în topitoare – viața mucenicească a unui Iov al zilelor noastre, Schitul Lacu – Sfântul Munte Athos, p. 36)