El que ama a Dios resplandece entre los demás
La luz no puede esconderse en la oscuridad; tarde o temprano, el amor de Dios en el corazón del hombre se hace visible, empieza a evidenciarse en la mirada llena de mansedumbre y humildad, en los labios que alaban a Dios y bendicen al prójimo, en los comedidos movimientos del cuerpo que demuestran sensatez y santidad.
Los que aman al Señor lo enaltecen. Un cirio encendido ilumina toda la casa; de la misma manera, el hombre que ama a Dios resplandece entre los demás, iluminando su oscuridad. Frente a alguien así, no puedes sino alabar también al Señor, no puedes evitar exclamar: “¡Gloria a Dios! Aún hay entre nosotros quien busca al Señor, quien lo ama”.
La luz no puede esconderse en la oscuridad; tarde o temprano, el amor de Dios en el corazón del hombre se hace visible, empieza a evidenciarse en la mirada llena de mansedumbre y humildad, en los labios que alaban a Dios y bendicen al prójimo, en los comedidos movimientos del cuerpo que demuestran sensatez y santidad. Entonces, el hombre entero cumple lo que ordena el Espíritu Santo: “Por lo tanto, ya coman, beban o hagan lo que sea, háganlo todo para gloria de Dios.” (I Corintios10, 31), y “procuren, pues, que sus cuerpos sirvan a la gloria de Dios.” (I Corintios 6, 20)
(Traducido de: Sfântul Inochentie al Penzei, Viața care duce la Cer, traducere de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2012, pp. 153-154)