Palabras de espiritualidad

El que se esfuerce verá a Dios en su alma

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¿Mi Cristo ha venido a mí? ¿A mí, que soy una vasija impura, a mí has venido a morar, Cristo? ¿A mi sucio corazón? ¿En dónde está mi atuendo? ¿En dónde está mi afán por ataviar mi alma, para que vengas y habites en él?”

El esfuerzo espiritual es profundo y elevado. Es duro, pero también encierra la Gracia de Dios. El que se esfuerce, verá a Dios en su alma. Verá las grandezas de Dios, y dirá: “¿Mi Cristo ha venido a mí? ¿A mí, que soy una vasija impura, a mí has venido a morar, Cristo? ¿A mi sucio corazón? ¿En dónde está mi atuendo? ¿En dónde está mi afán por ataviar mi alma, para que vengas y habites en él?”. Por eso, para comulgar con frecuencia, preparemos el trono, es decir, nuestra alma, para que venga Cristo a estar en él. Cuidemos hasta el más mínimo detalle de nuestra vida, y busquemos con asiduidad el Divino Misterio, que es algo que no tiene precio. ¡Y cuántos milagros obra!

Amemos a Dios, a nuestro hermano, a todo el mundo. ¿Saben qué decía la madre Agapia? “¡Que Dios salve a todo el mundo!”. Dios le otorgó un inmenso amor. Que Él nos ampare, que se apiade de nosotros, que nos conceda el arrepentimiento. Él nos recompensará según nuestro esfuerzo espiritual y la obediencia que practiquemos. Cristo recompensa bien y no es injusto. Si cuidamos nuestra mente, Él nos lo pagará. Si cuidamos nuestra alma, también. Si cuidamos lo que dice nuestra boca, también nos lo recompensará Todo lo que hagan nuestros pies, nuestras manos, nuestra mente, nuestros oídos, nuestros ojos... todo eso Él nos lo recompensará. Si cuidamos nuestros cinco sentidos, Cristo se apiadará de nosotros y nos llenará de la Gracia. Nos toca luchar contra una fiera salvaje, a la cual temían hasta los santos. ¿Nosotros qué somos? Nada. Y nada hacemos. Por eso, es importante esforzarnos. A un lado tenemos a nuestro ángel, al que debemos recordar siempre y tratar de no enfadarlo, y al otro está el maligno, quien nos induce a enfurecernos, a mentir, a contradecir. Lo que tenemos que hacer es despreciarlo y decirle: “Si hago lo que me sugieres, se enfadará mi ángel”. Amemos mucho al ángel custodio de nuestra alma, para que nos proteja de la envidia del demonio.

(Traducido de: Stareţa Macrina Vassopoulos, Cuvinte din inimă, Editura Evanghelismos, pp. 167)