El respeto a los mandamientos de Dios nos abre las puertas de la salvación
Cristo no quiere que sientas odio hacia nadie, ni tristeza, ni ira, ni rencor, de ninguna manera, mucho menos por cualquier cosa efímera de este mundo. Y esto lo predican los Evangelios por todas partes.
El propósito de los mandamientos del Señor es librar nuestra mente de la concupiscencia y el odio, y llevarla al amor a Él y al prójimo. De este amor doble brota la luz del conocimiento espiritual práctico.
Si “el amor es el cumplimiento de la ley de Dios” (Romanos 13, 10), el que siente rencor por la ofensa que su hermano le hizo y urde planes en su contra, maldiciéndolo y alegrándose por el mal que este sufra, ¿no está infringiendo los mandamientos de Dios? ¿No es merecedor del infierno eterno?
Si “el amor no hace el mal a su semejante” (Romanos 13, 10), aquel que envidia a su hermano y se entristece por su progreso espiritual, afanándose en ensuciar su dignidad con toda clase de ironías, o intentando atraerlo a algún hábito dañino, ¿no se está alejando del amor? ¿No se está haciendo merecedor del castigo eterno?
Cristo no quiere que sientas odio hacia nadie, ni tristeza, ni ira, ni rencor, de ninguna manera, mucho menos por cualquier cosa efímera de este mundo. Y esto lo predican los Evangelios por todas partes.
(Traducido de: Glasul Sfinților Părinți, traducere de Părintele Victor Mihalache, Editura Egumenița, 2008, pp. 294-295)