Palabras de espiritualidad

El santo bromista

    • Foto: Andrei Agache

      Foto: Andrei Agache

Translation and adaptation:

¡Te he estado rezando durante tanto tiempo, y no quisiste escucharme... no te necesito más!”. Diciendo esto, quitó el ícono de la pared y lo tiró por la ventana, sin tan siquiera voltear a ver en qué lugar caía. Después de unos minutos, alguien llamó a la puerta. Cuando abrió, se encontró con un joven que tenía una herida en la cabeza, de donde le brotaba un hilo de sangre. “Disculpe la molestia”, dijo él, “me cayó este ícono en la cabeza, desde la ventana de esta casa... así que se lo traje de vuelta”.

Un sacerdote me contó la siguiente historia, que además de provechosa, es también un poco graciosa.

Una muchacha quería casarse, pero no encontraba novio. Contándoselo a su abuela, ésta le dió un ícono del Santo Apóstol Ananías, y le dijo: “Pon este ícono en la pared y rezále al santo durante cuarenta días seguidos... Pero, atención, que este santo es un poco bromista y algunas veces hace milagros medio confusos”.

Tomando el ícono, la muchacha regresó a su casa. Allí, lo puso en la pared y encendió frente a él una veladora, para después empezar a rezar. Así pasaron cuarenta días, entre ayuno y oración, pero sin ningún resultado visible. Entonces, la chica, muy molesta, se dirigió en voz alta al ícono: “¡Te he estado rezando durante tanto tiempo, y no quisiste escucharme... no te necesito más!”. Diciendo esto, quitó el ícono de la pared y lo tiró por la ventana, sin tan siquiera voltear a ver en qué lugar caía. Después de unos minutos, alguien llamó a la puerta. Cuando abrió, se encontró con un joven que tenía una herida en la cabeza, de donde le brotaba un hilo de sangre. “Disculpe la molestia”, dijo él, “me cayó este ícono en la cabeza, desde la ventana de esta casa... así que se lo traje de vuelta”.

Entonces, la muchacha, avergonzada, lo invitó a pasar adelante, para revisarle la herida de la cabeza. Después de vendársela, le preguntó al joven cuál era su nombre, y éste le respondió que se llamaba... Ananías. La chica, entonces, le pidió que pasara al día siguiente, para cambiarle el vendaje. Y así, luego de varios días de visitas consecutivas, se hicieron amigos. Al poco tiempo, se hicieron novios y, meses después, se casaron.

El santo hizo el milagro, precisamente de la forma en que la abuela lo había anunciado.

(Traducido de: Monah Pimen Vlad, Povestiri duhovnicești, Editura Axa, 2010, pp. 58-59)

 

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