El Señor nos acompaña en la lucha que libramos como cristianos
Aquel Joven luminoso, que era el Señor Mismo, le dijo a Teodoro: “¡Mira, contra él debes luchar!”, señalando al coloso. Al escuchar esas palabras, el monje sintió un fuerte estremecimiento. Angustiado, le preguntó al Joven: “Pero ¿hay alguien entre los hombres que sea capaz de luchar contra este?”.
El abbá Atanasio, higúmeno de la laura de los Eliotas, nos relató una visión (revelación) que tuvo el abbá Teodoro el Eremita. En esa visión se le apareció un Joven que brillaba como el sol. quien, cogiéndole de la mano, le dijo. “¡Ven, que tienes que luchar!”. Y lo llevó a un anfiteatro muy grande (de esos que utilizan los atletas para practicar la disciplina de la lucha).
A la derecha había una gran multitud de jóvenes luminosos, vestidos con ropajes blancos, y en la izquierda lo que había era una muchedumbre de individuos de gesto siniestro, vestidos de negro. Después de esto, apareció un gigante, quien se dirigió al centro del anfiteatro. Era tan alto, que su cabeza se perdía entre las nubes del cielo. Entonces, aquel Joven luminoso, que era el Señor Mismo, le dijo a Teodoro: “¡Mira, contra él debes luchar!”, señalando al coloso. Al escuchar esas palabras, el monje sintió un fuerte estremecimiento. Angustiado, le preguntó al Joven: “Pero ¿hay alguien entre los hombres que sea capaz de luchar contra este?”. Y el Joven luminoso le dijo: “Solamente tienes que avanzar con determinación y, cuando empieces a luchar, Yo te daré el auxilio que necesites. ¡Y, al final, te impondré la corona de la victoria!”.
Armándose de valor y acompañado del Joven que le había prometido el don de la victoria, Teodoro se encaminó a donde lo esperaba el gigante. Y, con la ayuda del Joven, derrotó a su terrible contrincante. Al final, el Señor lo coronó, mientras los oscuros prosélitos del gigante se lamentaban y huían, hasta desaparecer. Por su parte la legión de ángeles, que eran los que portaban vestimentas blancas, entonaron loas a Dios, por haberle dado la victoria al monje. Después de experimentar esta visión, el abbá Teodoro salió a librar con valor la lucha de la vida ascética.
(Traducido de: Sfântul Ioan Iacob de la Neamț – Hozevitul, Pentru cei cu sufletul nevoiaș ca mine... Opere complete, Editura Doxologia, Iași, 2010, pp. 421-422)