El sentido de la purificación del corazón
Este es el “corazón”, su oscuridad y su muerte, y también el modo en que se puede purificar y santificar.
La palabra “corazón” no se refiere únicamente al órgano de carne del cuerpo. En el campo moral y espiritual, el “corazón” es presentado como la “integridad” de la personalidad humana. Algunas veces se le llama “alma” y otras “mente”. Todo esto caracteriza a cada persona. Qué prefiere, qué posee y en dónde se encuentra. En este “entero” de la personalidad humana radica el carácter “a imagen y semejanza”, creado por Dios, y del cual Él mismo dijo sentirse agradado. Dios pide la purificación de estas “partes”, para revelarse Él mismo y todo lo que proviene de Él. “Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios”. (Mateo 5, 8). ¿Cuál es, entonces, la impureza del alma, de la mente y del “corazón”, de la cual se aparta Dios y esa que tanto le repugna, de manera que la purificación se hace tan necesaria? Es la misma culpa que tienen los demonios, quienes con razón son llamados “espíritus impuros”. Sin embargo, ¿qué clase de impureza podrían tener unos espíritus inmateriales, entendibles y etéreos? La impureza de estos seres inmateriales es el pecado y la completa realidad de lo irracional, la astucia y la maldad.
El demonio, como principio y fundamento de cualquier perversión del ser, es la raíz y el pretexto de cualquier maldad. Él fue quien engañó al hombre, y este, apartándose de Dios, perdió las características de la imagen divina —que constituyen la santidad—, para “ganarse” la señal distintiva del demonio: la maldad. Así fue como el hombre llegó a hacerse impuro en el alma, la mente y el corazón. No obstante, Dios quiere, por Su infinita bondad y misericordia, regresar al hombre a su lugar y dignidad originales. Así, lo reta a echar de su interior la idea y la perversión del maligno y de lo irracional, con los cuales se ha “revestido”, porque no es algo que le sea propio. ¿Cuál es el propósito de Dios con esto? Recubrir nuevamente al hombre con la santidad perdida, para hacerlo partícipe de la herencia paterna, esa que Cristo, con Su venida al mundo, nos concedió. Este es el “corazón”, su oscuridad y su muerte, y también el modo en que se puede purificar y santificar.
Y la Gracia viene y libera de la influencia del demonio a quien, por una parte, se oponga a los ataques del maligno y a la invitación a cualquier acción pecaminosa, y, por otra, piense y obre diariamente en la virtud y la bondad, Y esto ocurre cuando el hombre se ha mostrado vencedor sobre el pecado, y el recuerdo de la maldad se ha borrado de su pensamiento. Es entonces cuando la persona encaja en aquellas palabras de nuestro Señor: “El príncipe de este mundo está por llegar, mas no tiene poder sobre mí” (Juan 14, 30). Estos son los “puros de corazón” y así es como logran ver a Dios y sentir Su Gracia, ya que “El Reino de Dios está en vuestro interior” (Lucas 17, 21)
(Traducido de: Gheronda Iosif Vatopedinul ,Dialoguri la Athos, Editura Doxologia, p. 58-60)