El silencio despierta, en nuestro corazón, el deseo de orar y practicar las virtudes
El silencio es muy amado por esos que, en vez de fiarse de sí mismos, confían sólo en Dios. El silencio despierta, en nuestro corazón, el deseo de orar y practicar las virtudes.
El silencio es una grandísima fuerza en la lucha invisible y una perdurable esperanza de victoria. Es muy amado por esos que, en vez de fiarse de sí mismos, confían sólo en Dios. Es un guardián de la santificada oración y un maravilloso auxilio en la práctica de las virtudes (por eso, San Isaac, en su tercera prédica, dice: “el silencio es nuestro ayudante en el buen obrar”, “más alto aún que todos los afanes de la vida monástica” y “misterio del mundo futuro”; mientras que el gran Barsanufio dice que el silencio en la conciencia es más grande, incluso, que la Teología misma).
El silencio es también una señal de sabiduría. Porque, “uno se calla porque no tiene qué responder” (Sirácides 20, 5), pero hay “otro que se calla porque espera el momento” adecuado; hay, además, quienes callan por otros motivos. Pero, en general, el que sabe callar demuestra que es prudente y sabio: “Uno se calla y lo tienen por sabio” (Sirácides 20, 4).
Para aprender a callar, pondera los perjuicios y peligros que nacen del mucho hablar y, al mismo tiempo, las inconmensurables bondades del silencio.
(Traducido de: Nicodim Aghioritul, Războiul nevăzut, Editura Egumenița, Galați, p. 83)