El sol en el firmamento de nuestra alma
Los santos, iluminados por el Espíritu Santo, eran más sabios que las serpientes diabólicas, porque preveían y derrotaban todas las trampas del maligno, aún siendo más dóciles que las palomas, Y esto, porque eran humildes frente a sus semejantes, amando a sus enemigos, sin enojarse ni odiar a nadie.
Pongamos a Cristo, nuestro Señor, como un sol en el firmamento de nuestra alma y entonces Él nos iluminará y calentará toda la tierra de nuestra vida, que no tardará en dar su fruto. Entonces, el sol del hombre viejo “se oscurecerá y la luna no dará más su luz, y las estrellas caerán del cielo” (Mateo 24, 29). Así pasó con San Antonio el Grande quien, aunque pobre de conocimientos, superó enormemente en sabiduría a los filósofos que se iluminaban la mente sólo con la “lámpara” y el “sol” de la ciencia terrenal.
Y ya que no cualquiera puede alcanzar tal grado de sabiduría, cada vez que tengamos alguna duda frecuentemos los escritos de los Santos Padres y los siente concilios ecuménicos, que no se alejan en nada del mensaje evangélico de Jesús. Estas deben ser nuestras principales guías espirituales, y en segundo lugar, busquemos a esos “hijos” a los que Dios les reveló la verdad que permanecía oculta a los sabios. Y, entonces, si se tratara del maligno y de sus siervos, debemos actuar como serpientes. Si, al contrario, se trata de Jesús y Su Palabra, debemos ser “palomas” e “hijos”, sin maldad y astucia.
Los santos, iluminados por el Espíritu Santo, eran más sabios que las serpientes diabólicas, porque preveían y derrotaban todas las trampas del maligno, aún siendo más dóciles que las palomas, Y esto, porque eran humildes frente a sus semejantes, amando a sus enemigos, sin enojarse ni odiar a nadie.
También en este aspecto, tomaron el ejemplo del Redentor, que en lo relacionado al cuerpo y a las cosas materiales, cedió tanto que sufrió de una muerte de Cruz, mientras que en lo refrente al alma y a las cosas espirituales, fue tan intransigente que venció y le dio vuelta al mundo.
(Traducido de: Arhimandrit Paulin Lecca, Adevăr și Pace. Tratat teologic, Editura Bizantină, București, 2003, pp. 194-195)