Palabras de espiritualidad

El temor de Dios despierta en nosotros un nuevo temor al pecado

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Como decía el padre Sofronio, ese temor también es vivificador, no abrumador ni aplastante, como en el caso del pavor y el terror.

El temor de Dios es “el principio de la sabiduría”. ¡El principio, no la sabiduría misma! Porque el fin de la sabiduría es el amor, tan fuertemente entendido, que no deja ni un rastro del temor, como dice el Apóstol Juan en una de sus epístolas. El principio de la sabiduría es el temor de Dios, y el temor de Dios es dulce, aunque pueda llegar a asustarnos. Además, como decía el padre Sofronio, ese temor también es vivificador, no abrumador ni aplastante, como en el caso del pavor y el terror. Es vivificador, y lo sientes como un don precioso, al cual, instintivamente, no quieres perder. Al decir “instintivamente” quiero decir “intuitivamente”, pero elegí esa palabra porque es más sencilla de entender. Tal como el instinto nos hace, nos empuja, nos guía, si queremos, en la vida material, así también la intuición lo hace en la vida espiritual.

Es así como el temor de Dios engendra en nosotros otro temor al pecado, distinto al descrito más arriba, porque, viendo que hay cosas que no están en armonía con esta inefable belleza, y que esta belleza es tan delicada que la podemos perder de una forma tan sutil que ni nos damos cuenta de cómo fue que sucedió, nos comprende un temor a todo lo que no esté en armonía con ella. Y “todo eso” que no está en armonía con dicha belleza, es, en una palabra, el pecado.

(Traducido de: Ieromonahul Rafail Noica, Cultura Duhului, Editura Reîntregirea, Alba Iulia, 2002, pp. 99-100)