Que el temor de Dios sea para tu corazón lo que el arma en manos del soldado: con él debes rechazar, manteniendo humilde tu mente, cualquier tentación que te envíe el demonio. Que tus enemigos se disipen como el polvo ante ti. Sé valiente, porque es imposible que sufras algún daño si tienes semejante arma.

Mantén siempre ante tus ojos el temor de Dios, y el pecado no te dominará. No digas: “Pecaré hoy, que mañana podré arrepentirme”. Porque no tienes ninguna certeza del día de mañana. Arrepintámonos hoy, entonces, que el Señor se ocupará del día de mañana.

(Traducido de: Despre rugăciune și trezvie în învățăturile Sfinților Părinți, Editura Egumenița, p. 145)