Palabras de espiritualidad

El testimonio de un sacerdote en su vejez

  • Foto: Bogdan Zamfirescu

    Foto: Bogdan Zamfirescu

Translation and adaptation:

Repito, con regocijo y felicidad: la Gracia de Dios me hizo digno de guardar mi Fe Ortodoxa hasta el final.

Al que me confiese delante de los hombres, le confesaré también Yo delante de mi Padre celestial; pero al que me niegue delante de los hombres, Yo también lo negaré delante de mi Padre celestial(Mateo 10, 32-33).

Como cualquier persona normal, consciente de que dentro de poco habré de partir de esta vida pasajera a la que es eterna, he considerado correcto, como clérigo cristiano ortodoxo y miembro de la Iglesia que es Una, Santa, Universal (Católica) y Apostólica dejar por escrito mi confesión de fe. Fui engendrado por padres cristianos ortodoxos. Fui bautizado con el Bautismo ortodoxo, en nombre de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Fui formado en la fe ortodoxa, en primer lugar, por mis padres; en segundo lugar, por sacerdotes y mentores ortodoxos; y, en tercer lugar, por la Iglesia Santa, Universal y Apostólica. Nací y fui alimentado en la Ortodoxia; crecí y viví como ortodoxo. He dado testimonio y he predicado la Fe Ortodoxa desde que era joven, hasta ahora que ya soy viejo. La he confesado y también he examinado a quienes la han vulnerado y despreciado, a reyes, patriarcas, jerarcas y todos los demás. Le agradezco con toda el alma a nuestro Buen Dios y Padre celestial, porque en Su infinita bondad y amor a la humanidad me concedió nacer y vivir hasta el último momento en la santa y perfecta Fe Ortodoxa, y confesar que no hay otra fe como esta, tal como tampoco hay dios más grande que nuestro Dios. Nuevamente le agradezco a nuestro Dios, que es amante de la humanidad, y lo seguiré haciendo incontables veces más, por haberme iluminado para poder conocerle, por permitirme conocer la Fe Ortodoxa, que es la verdadera, y por haberme fortalecido para guardarla hasta el final. Doy testimonio ante los ángeles de Dios y ante los hombres que, si Él no me hubiera ayudado, yo habría sido una oveja perdida y el astuto lobo me habría devorado. Repito, con regocijo y felicidad: la Gracia de Dios me hizo digno de guardar mi Fe Ortodoxa hasta el final. Me arrepiento de no haber luchado como debía, aún hasta la misma muerte, ofrendando mi propia vida y derramando mi propia sangre, del mismo modo en que Él lo hizo por mí, que no soy sino un pecador, y por todos mis hermanos y semejantes. Le ruego y le imploro que perdone —sabiendo que Él es Clementísimo y Muy Indulgente— mis incontables pecados, mismos que he cometido voluntaria e involuntariamente, con mis palabras y acciones, con conocimiento de causa y sin él, con mi mente y mis pensamientos, y que me cuente entre Sus ovejas elegidas, haciéndome digno de formar parte de los que se hallan a Su diestra.

(Traducido de: Avva Filothei Zervakos, Mărturisirea Credinței Ortodoxe, Editura Bunavestire, Bacău, p. 8).