“¡El tiempo no es la última realidad!”
El hombre capaz de una vida espiritual siente menos el tiempo.
Si el tiempo fuera la única forma de existencia, rodeada por todas partes por la muerte, no podrías esperar nada, en verdad. Porque las esperanzas en los breves placeres futuros, que desaparecen, no merecen ese título. “No esperes y no temas” sería el consejo más sabio que se le podría dar al hombre. “¡Anticípate a la muerte, hazte apático para todo, si muy pronto no te quedará más que la nada! ¡O ahoga todos esos pensamientos desagradables en el ruido de las distracciones, en el olvido que ofrece el aturdimiento alcohólico y en el paroxismo de los sentidos periféricos desatados!”.
Pero no, ¡el tiempo no es la última realidad! El tiempo es solamente una fase de la vida. Es la apariencia exterior, el rostro del mundo caído de la espiritualidad. El hombre capaz de una vida espiritual siente menos el tiempo. Todos sabemos, por experiencia, que los momentos felices no se observan cuando pasan. Al contrario, los sufrimientos más duros se sienten como si duraran muchísimo, aún más que el tiempo matemático. Y es que el tiempo se mide de dos maneras: con la experiencia interna y con la unidad matemática, y el vínculo entre ambas es bastante laxo. Una hora de tiempo matemático puede sentirse, algunas veces, como una eternidad, y otras como un breve instante, o simplemente no se observa. Esto significa que la eternidad atraviesa el tiempo, lo invade y determina su devenir.
(Traducido de: Pr. Dumitru Stăniloae, „Un an nou”, Telegraful Român, an LXXXIII, nr. 1, 1 ian. 1935, p.1)