Palabras de espiritualidad

El “tormento del amor” es más terrible que cualquier otro castigo

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El hombre experimentado debe saber encontrar el equilibrio entre la esperanza brotada del arrepentimiento y el temor al poder de Dios.

El temor de Dios no es solamente un miedo al castigo, que puede ser apartado con el llanto. Es, igualmente, el miedo a perder Su amor. San Isaac llama “infierno” al estado en el que el hombre se da cuenta de haber pecado en contra del amor; el “tormento del amor” es, así, más terrible que cualquier otro castigo. Tanto el amor como el temor de Dios pueden originar estados precedentes, necesarios para la salvación. Estas distintas fuentes toman en consideración la variedad de estados humanos y se manifiestan de formas diferentes:

Uno se humilla por su temor de Dios y otro desde la alegría. La humildad por temor a Dios es seguida de la bondad acompañada por el equilibrio en los sentimientos y un corazón compungido de forma permanente. Y a la humildad brotada de la alegría le siguen la sencillez y un corazón que crece y al que nada puede detenerlo”.

San Isaac explica la relación entre la humanidad y Dios, asemejándola al vínculo entre el niño y su amoroso —aunque estricto— padre. El niño siente por Dios tanto amor como temor de enfadarle. Esta clase de temor previene la vanidad, porque el orgulloso “es como si hubiera bebido un veneno mortal. Porque también los hijos más correctos y sinceros deben recibir diez partes de amor mezcladas con cinco de temor”. El hombre experimentado debe saber encontrar el equilibrio entre la esperanza brotada del arrepentimiento y el temor al poder de Dios. La imitación de la misericordia de Dios ayuda a encontrar y mantener ese equilibrio, ya que es un “dolor provocado por la Gracia, que desciende compasivamente sobre todos”. La concientización de la piedad de Dios y el arrepentimiento por haberle entristecido y habernos apartado de Él con nuestras faltas, nos lleva al llanto cuando oramos. Así, las lágrimas se convierten en señal de que el arrepentimiento del alma fue aceptado y que esta ha avanzado hacia los “dominios de la pureza más santificada”.

(Traducido de: Hannah Hunt, Plânsul-de bucurie-făcător. Lacrimile de pocăință în scrierile Părinților sirieni și bizantini, Editura Doxologia, 2013, pp. 243-244)