El trabajo que nos honra
El cristiano debe compartir con los demás los frutos de su propio esfuerzo, según sus posibilidades, y la misericordia de Dios bendecirá su hogar, su trabajo, su vida y su alma.
El trabajo y el derecho a trabajar fueron instaurados por Dios desde el comienzo, al ordenar: “Sed fecundos y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla” (Génesis 1, 28). Lo mismo dice el Santo Apóstol Pablo: “El que no trabaje, que no coma” (II Tesalonicenses 3, 10).
Los cristianos, por amor a nuestro Señor, tienen que vivir correcta y honradamente en la sociedad. Por eso, no deben ser ociosos, ni codiciosos, ni ambiciosos, mucho menos robar para comer. Lo que deben hacer es asegurar el sostén de su familia con un trabajo honrado, tal como nos enseña la Santa Iglesia. Y, ahí donde trabajen, sea en casa, o en el campo, o en una fábrica, los cristianos deben ser un modelo de vida. Deben ser afables, humildes, pacientes, juiciosos, callados y orar sin cesar, repitiendo la “Oración de Jesús” y cualquier otra oración breve. Asimismo, no deben proferir insultos, ni hurtar, ni blasfemar, ni condenar a nadie, sabiendo que por cada pecado y cada palabra insustancial todos habremos de rendir cuentas ante Cristo.
De igual manera, no deben llevar nada que no sea suyo a sus hogares, ni comprar cosas de lujo e inútiles, porque hay muchos que no tienen nada qué comer.
El cristiano debe compartir con los demás los frutos de su propio esfuerzo, según sus posibilidades, y la misericordia de Dios bendecirá su hogar, su trabajo, su vida y su alma.
(Traducido de: Arhimandritul Ioanichie Bălan, Călăuză ortodoxă în familie și societate, volumul II, Editura Mitropoliei Moldovei și Bucovinei, Iași, 1993, p. 69)