Palabras de espiritualidad

El verdadero cristiano no puede desear la guerra

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Los hombres de paz del mundo entero quieren evitar una catástrofe global. También nuestra conciencia de cristianos la rechaza.

El simple deseo de hacer la guerra es ya apartarse del cristianismo, porque, aquel que pone sus esperanzas en la guerra, las pone también en los frutos de la muerte. Es una esperanza de la vida en la muerte; luego, una desesperanza, una absurdidad, un pecado.

¿Cómo puede llamarse alguien “cristiano”, en tanto cree que puede disponer de la vida de los demás, deséandoles la muerte?

Aquellos que desean la guerra son ya unos vencidos por la muerte. Las guerras jamás han resuelto el problema del sufrimiento humano. Al contrario, siempre lo han hecho aún más grande.

Las guerras son los espamos mortales de toda clase de pecados, entre los hombres. La Escritura dice que la muerte es el pago del pecado. El mal, en sí mismo y por sí mismo se destruye.

¡Renunciemos, pues, a esa fe ciega en la guerra!

Aquellos que creen en la guerra, creen en su inútil ciencia, que ha llegado a los peores niveles de insensatez, a tal grado que ahora es capaz de traer terribles calamidades a la sociedad humana. Estamos hablando de las armas nucleares. Pequeñas bombas que, al estallar, producen auténticas catástrofes. La materia de estas bombas no se limita a crecer rápidamente su volumen, sino que también genera un calor semejante al fuego del sol. La destrucción del equilibrio de la materia y su transformación inmediata en fenómenos atómicos, es una osadía de la ciencia, una necedad sin igual. Y es una locura, porque mata a las personas y es posible que, finalmente, acabe destruyendo al mundo entero.

No hablaría de estas cosas, si no tuviera el testimonio de la Escritura que, proféticamente, nos habla de este peligro moderno de la ciencia.

La Escritura nos habla con claridad de la calcinación de la tierra.

“El día del Señor vendrá como ladrón: los cielos se desintegrarán entonces con gran estrépito, los elementos del mundo (los elementos químicos de la ciencia) incendiados se desintegrarán y quedarán hechos ceniza” (II Pedro 3,10-12).

Esa preocupación de la ciencia, de utilizar la materia del mundo para una explosión atómica, tiene también un significado religioso.

Los hombres de paz del mundo entero quieren evitar una catástrofe global. También nuestra conciencia de cristianos la rechaza.

Esta es la situación. Luego, aquellos que, con su ciencia criminal, cavan la fosa de la humanidad, ¿no caerán también en ella?

(Traducido de: Părintele Arsenie Boca, Din învățăturile Părintelui Arsenie Boca – Rostul încercărilor, Editura Credința strămoșească, Petru Vodă – Neamț, 2008, pp. 203-205)