En el Sacramento de la Confesión renunciamos a nuestro pasado
En el Sacramento de la Confesión se intenta apartar ese pasado negativo, si, desde luego, estás comprometido a hacerlo.
Cuando nos confesamos, usualmente nos resulta difícil abstraernos de nosotros mismos. Nos cuesta separarnos de nosotros mismos, para decirlo de alguna manera. Muchas personas creen que basta con irse a otro lado para librarse de sus conflictos. Este es también el caso de algunos monjes, quienes creen que se sentirán mejor si se cambian de monasterio. No es cierto. Mientras no resuelvas lo que hay en tu interior, para poder ser bueno en cualquier parte, nada de lo que hagas irá bien. Eventualmente, dejarás de ver tus arrebatos e inclinaciones al pecado, porque nadie que te conozca te las señalará a donde vayas. Se dice que una vez hubo un monje que se sentía completamente a disgusto en el monasterio donde moraba. Así, pensó que lo mejor era irse a otra parte. Empezó a preparar su equipaje y, en un momento dado, vio que había alguien a su lado, un desconocido, empaquetando también algunas cosas. El monje le preguntó: “¿Quién eres tú?”. Y el otro le respondió: “Soy tu enemigo. Me estoy preparando para partir antes que tú al lugar a donde quieres ir. ¡Ahí te estaré esperando!”. Esta es como una representación plástica de esa realidad tan contundente: ¡no te puedes desprender de ti mismo!
A donde quiera que vayas, siempre serás el mismo que partió. Luego, en el Sacramento de la Confesión se intenta apartar ese pasado negativo, si, desde luego, estás comprometido a hacerlo. De lo contrario, irás a confesarte y saldrás tal como entraste, sin haber cambiado un ápice de lo que eras. Lo más difícil para nosotros, los confesores —y también para los fieles—, es el hecho de que nosotros no les podemos ofrecer esa fuerza para desprenderse de sus maldades. Nosotros les damos métodos, les decimos qué tienen que hacer, cómo evitar las ocasiones de pecado, pero cada quien procede como considera oportuno. Entonces, es necesario comprometerse decididamente a una vida de bien, de la cual nadie pueda movernos.
(Traducido de: Arhimandrit Teofil Părăian, Cum putem deveni mai buni – Mijloace de îmbunătăţire sufletească, Editura Agaton, p. 306)