En el Sacramento de la Confesión vivimos el arrepentimiento con una fuerza extraordinaria
En la Confesión debemos ver a Cristo Juez, quien nos libera de la sentencia condenatoria. Pero también debemos ver a Cristo Sanador, que restaura la vasija que el pecado rompió, renovando la vida.
El sentido del Sacramento de la Confesión se resume perfectamente en la breve exhortación que el sacerdote le hace al penitente, en el culto de la Iglesia rusa:
“He aquí, hijo/hija, que Cristo está presente, de una forma que no se puede ver, para recibir tu confesión. No te avergüences, no temas y no escondas nada; al contrario, sin reservas dime todo lo que hiciste, para que recibas el perdón de nuestro Señor Jesucristo. Mira que frente a nosotros está Su ícono; yo no soy sino un testigo que atestigua delante de Él. Si me escondes algo, estarás pecando dos veces. Entonces, permanece atento, porque has venido al médico y no deberás partir sin haberte sanado”.
“Porque has venido al médico”, dice el sacerdote. En la Confesión debemos ver a Cristo Juez, quien nos libera de la sentencia condenatoria. Pero también debemos ver a Cristo Sanador, que restaura la vasija que el pecado rompió, renovando la vida. El Sacramento no debe verse sólo bajo un aspecto jurídico, sino también terapeútico. El Sacramento de la Confesión es, sobre todo, un Sacramento de sanación. Debo subrayar que, en algunos comentarios litúrgicos, los sacramentos de la Confesión y la Unción de los Enfermos no son considerados de forma separada, sino como aspectos complementarios de un solo “Sacramento de sanación”. En la Confesión buscamos mucho más que una absolución externa, legalista. Lo que buscamos es sanar las heridas más profundas de nuestra alma. Presentamos frente a Cristo no sólo pecados, sino también la realidad del pecado en nosotros, es decir, esa profunda corrupción de nuestra naturaleza, que no puede expresarse completamente con palabras, porque parece escaparse de nuestra consciencia y voluntad. Por eso, queremos ser sanados, en primer lugar.
(Traducido de: Episcop Kallistos Ware, Împărăţia lăuntrică, Editura Christiana, 1996, pp. 52-53)