En el sufrimiento podemos reconocer el permamente acompañamiento de la Providencia de Dios
Por supuesto que le pedimos a Dios que nos libre del sufrimiento y nos conceda un final en paz y sin dolor (…), pero si las aflicciones vienen a nosotros, tendremos que enfrentarlas con la fuerza del Espíritu de Dios.
Absolutamente todos tratamos de librarnos del dolor y el sufrimiento, yo el primero. Pero al menos tendríamos que saber la verdad sobre el sufrimiento, para poder enfrentarlo con valor cuando no nos sea posible evitarlo. Y Dios nos dará el don de alzarnos sobre él. Es bueno saber qué es cierto y agradable a Dios. Podría suceder que en nuestra vida tengamos la ocasión de poner en práctica esta teoría, y adquirir la certeza de que es verdad.
Leyendo a los Santos Padres, entendí que Dios aprecia especialmente tres cosas: la oración pura, la obediencia monacal y el agradecimiento cuando nuestra vida se ve amenazada por la enfermedad, las persecuciones o cualquier otra calamidad. Una vez tuve que ser internado en el hospital para que me operaran. Me dijeron que mi internamiento iba durar unos siete días, así que pensé que era una buena oportunidad para poner en práctica alguno de esos aspectos. Y decidí que no iba a repetir otra oración que no fuera: “¡Gloria a Ti, Señor, gloria a Ti! ¡Te agradezco, Señor, por todo!”. Así lo hice durante toda la semana, y alcancé un estado espiritual tan sublime, en el que todo me parecía bello, excelso y luminoso, que me entristeció mucho la noticia de que mi internamiento había llegado a su fin. (…)
En lo que respecta a las tentaciones y las tribulaciones, no somos nosotros quienes confeccionamos esos planes, ni quienes elegimos nuestra cruz, sino que recibimos la cruz que la omnisciente providencia de Dios ha seleccionado para nosotros. Solamente el Señor sabe cuán pequeña o cuán grande es la cruz que necesitamos. Y Él nos dará justamente la cruz más apropiada y más necesaria para que podamos desprendernos de todo aquello a lo que nos aferramos viciosamente en esta efímera vida, para que podamos correr a Cristo con el corazón libre de toda atadura. (…) Por supuesto que le pedimos a Dios que nos libre del sufrimiento y nos conceda un final en paz y sin dolor (…), pero si las aflicciones vienen a nosotros, tendremos que enfrentarlas con la fuerza del Espíritu de Dios.
(Traducido de: Arhimandritul Zaharia Zaharou, „Omul cel tainic al inimii”, Editura Basilica, București, 2014, p. 123-124)