Palabras de espiritualidad

En este mundo de “relaciones desechables”, recuerda: el matrimonio es un sacramento

    • Foto: Benedict Both

      Foto: Benedict Both

Cuando los individuos comprenden que el vínculo del matrimonio es eterno, se esfuerzan en superar sus debilidades, en hacerse humildes, en buscar el compromiso y en no pretender cambiar al otro.

El sentido de la vida, en general, y de la vida en familia, es el amor a Dios y al prójimo. La vida humana es muy corta; en ella habremos de enfrentar suficientes problemas y aflicciones, razón por la cual no debemos malgastarla entre ofensas, reproches recíprocos y depresiones. En esta breve vida debemos ocuparnos en alegrar a quienes amamos, ofrecerles algo de felicidad y devenir, así, en seres felices nosotros también. (...)

Otro factor importante que nos ayuda a portar esa responsabilidad por nuestros seres cercanos es pensar que el vínculo del matrimonio es eterno e indestructible. El anillo que llevamos en el dedo nos recuerda que hemos elegido nuestra mitad para toda la vida: la forma circular de la argolla es el símbolo de la eternidad de ese vínculo. Durante la ceremonia nupcial, los esposos caminan tres veces alrededor del ambón, como dibujando un círculo que no tiene principio ni final.

En este mundo de “relaciones desechables”, pensar en la eternidad puede parecer anticuado, pero sólo semejante perspectiva sobre la familia y el matrimonio puede ayudar a que la familia sobreviva en un ambiente tan lleno de pecado y tentaciones, permitiendo —además— que los esposos construyan una relación auténtica. Con esto, los esposos decididos a serse fieles y a ser responsables el uno del otro podrán evitar no sólo el adulterio, sino también las conversaciones y miradas impúdicas, o el galanteo con otras personas. El individuo, al casarse, no tiene derecho a dejar algunas “salidas de emergencia”.

Cuando los individuos comprenden que el vínculo del matrimonio es eterno, se esfuerzan en superar sus debilidades, en hacerse humildes, en buscar el compromiso y en no pretender cambiar al otro.

A propósito, en los momenos difíciles en la vida familiar, cuando aparezca la tentación de comenzar a quejarnos por la amarga suerte que nos tocó y a suspirar por nuestra “juventud perdida”, es muy útil recordar que fuimos nosotros mismos quienes escogimos a nuestra pareja; por eso, en todo caso, deberíamos enojarnos solamente con nosotros mismos y asumir la responsabilidad de nuestra elección.

Bien dijo Pushkin: “¡Bienaventurado el que sepa controlar sus palabras y gobernar sus pensamientos!”. También el hombre de familia necesita aprender a controlar sus palabras y pensamientos, para no revelarlos donde no debe, porque por causa de nuestros pensamientos inapropiados y nuestras palabras ofensivas y crueles, no sólo nosotros mismos sufrimos, sino también esos a quienes amamos.

(Traducido de: Pr. Pavel Gumerov, Conflictele familiale: prevenire și rezolvare, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2013, pp. 97-98)