Palabras de espiritualidad

En los momentos de la lucha espiritual...

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

No te asustes ni huyas, sino que permanece de pie y lleno de valor, repitiendo con toda humildad: “Señor, ten piedad de mí, porque soy un gran pecador”, y verás cómo los espíritus malignos desaparecen.

Un monje inexperto sufría por culpa de los demonios, y cuando estos le acechaban, intentaba huir, pero no conseguía librarse de ellos.

Si a ti te ocurre algo similiar, no te asustes ni huyas, sino que permanece de pie y lleno de valor, repitiendo con toda humildad: “Señor, ten piedad de mí, porque soy un gran pecador”, y verás cómo esos espíritus desaparecen. Pero, si huyes cobardemente, te empujarán al abusmo. Recuerda: cuando los demonios nos embisten, ponen toda su atención en nosotros y en el Señor, para ver si ponemos nuestra esperanza en Él.

Aunque veas al mismo demonio y te amenace con quemarte con su fuego y con controlar tu mente, no temas, sino que confían más fuertemente en el Señor, y di: “Soy el más vil de todos”, y el maligno se irá.

No te asustes ni cuando sientas que un espíritu inmundo se ha infiltrado en tu interior, sino que corre a confesarte con sinceridad, pidiéndole al Señor con todo el corazón un alma humilde (Salmos 50, 18), y verás cómo Él te la concederá. Así, en la misma medida de tu humildad, sentirás la Gracia actuando desde tu interior. Y, cuando tu alma se humille completamente, encontrarás un sosiego perfecto.

Esta es la lucha que el hombre debe librar toda su vida.

El alma que ha conocido al Señor por medio del Espíritu Santo y cae en el engaño, que no se asuste. Por el contrario, acordándose del amor de Dios y sabiendo que la lucha con los enemigos es permitida por causa de nuestro orgullo y vanagloria, que se haga humilde y le pida al Señor su sanación. Y el Señor la sanará, algunas veces inmediatamente, otras poco a poco. Quien obedezca a su confesor y no a los dictados de su propia voluntad, sanará rápidamente de cualquier daño que pudieran provocarle los enemigos, cosa que no consegurirá el que es desobediente.

(Traducido de: Cuviosul Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii şi iadul smereniei, Editura Deisis, 1996, p. 145)