En nuestra aflicción, pongamos toda nuestra confianza en Dios
Cualquier persona, en medio de alguna aflicción, le pide a Dios que lo libre de ella. Esa petición es correcta, pero debemos dejar todo en manos de Dios, porque Él sabe mejor que nosotros lo que es mejor. De acuerdo a las enseñanzas de la Iglesia, es mejor pedirle a Dios que nos dé paciencia para soportar, cristianamente, todas las penas que vengan a nosotros.
Las aflicciones son parte del misterio de nuestra salvación. El Señor Jesucristo nos dice que aquí, en el mundo, habremos de atravesar penas, aunque lo importante es no caer en desesperanza, sino confiar plenamente en Él: “encontrarán la persecución en el mundo. Pero, ánimo, yo he vencido al mundo“ (Juan 16, 33); “pero el que se mantenga firme hasta el fin, ése se salvará“ (Mateo 24, 13); “manténganse firmes y se salvarán“ (Lucas 21, 19).
El Santo Apóstol Pablo, basándose en las palabras del Salvador, dice que “Es necesario que pasemos por muchas pruebas para entrar en el Reino de Dios“ (Hechos 14, 22), “de igual manera serán perseguidos todos los que quieran servir a Dios en Cristo Jesús“ (II Timoteo 3, 12).
Muchas son las penas que nos sobrevienen. Algunas, debido a nuestros pecados. “Que nadie diga en el momento de la prueba: «Dios me quiere echar abajo.» Porque Dios está a salvo de todo mal y tampoco quiere echar abajo a ninguno“ (Santiago 1, 13-15).
Otras penas vienen sobre nosotros, como pruebas de Dios para fortalecernos espiritualmente.
Las penas de los justos son un llamado de atención para los inicuos, para que se den cuenta que si el justo ha de sufrir, con mayor razón lo harán los que pecan. Es por eso que el culpable es llamado por Dios, para que aprenda a renunciar a su falta: “Dios salva al miserable por su misma pobreza. y le enseña por medio del sufrimiento”, dice el justo Job (Job 36, 15).
Las aflicciones aparecen, a veces, por parte del maligno, debido a la envidia que siente hacia el hombre de fe que ayuda a los demás. Su perfidia se debe a que oramos y auxiliamos a quien lo necesita.
San Marcos el Asceta nos fortalece, entonces, con las siguientes palabras: “La condena de los demás trae tristeza al corazón, pero es causa de purificación para quien la soporta” (Filocalia, vol. I, p. 235);
“Todo sufrimiento involuntario debe enseñarte a acordarte de Dios, siendo también ocasión para tu arrepentimiento” (Ibidem, p. 236);
“Alégrate cuando tu aflicción termine y encontrarás en ella la muerte del pecado” (Ibidem, p. 236);
“Todo lo que suframos por la verdad de Cristo recibirá su recompensa. Pero lo mejor es hacer el bien, sabiendo que hay una vida eterna” (Ibidem, p. 236);
“El que quiera vencer las tentaciones, sin orar y sin tener paciencia, no sólo no lo conseguirá, sino que más fuertes las hará” (Ibidem, p. 246).
En conclusión, cualquier persona, en medio de alguna aflicción, le pide a Dios que lo libre de ella. Esa petición es correcta, pero debemos dejar todo en manos de Dios, porque Él sabe mejor que nosotros lo que es mejor. De acuerdo a las enseñanzas de la Iglesia, es mejor pedirle a Dios que nos dé paciencia para soportar, cristianamente, todas las penas que vengan a nosotros.