¿En verdad sabemos amar?
¿Abarca nuestro amor a todos los que nos rodean, incluso a esos que necesitan de nuestro amor?
Me dejó impresionado la respuesta de un niño del orfanato, cuando le preguntaron “¿A ti quién te ama?”. El pequeño respondió: “A mí nadie me ama”. Aunque no nos hallemos en la situación de que nadie nos ame, debemos hacernos esta pregunta esencial, precisamente en este período de ayuno, si queremos enriquecernos espiritualmente. Si amamos y somos amados, ¿estamos listos para amar a aquellos a los que nadie ama? ¿Abarca nuestro amor a todos los que nos rodean, incluso a esos que necesitan de nuestro amor?
Muchos nos preguntamos: “¿Estoy ayunando lo suficiente?”, “¿Estoy orando lo suficiente?”, “¿Debería hacer más postraciones cada día?”, “¿Son agradables a Dios mis sacrificios?”. Puede ser que estemos olvidando preguntarnos: “¿Amo lo suficiente?”, “¿Acaso sé amar en verdad?”.
¿Saben en qué consiste amar a alguien? En traerlo a tu interior. En no dejarlo a tu lado. En no dejarlo lejos de ti. En traerlo cerca de ti. En abrazarlo. En traerlo de afuera hacia adentro. En traerlo a tu alma. En poder decir: “Te llevo en mi interior, en mi alma, en mis sueños, en mis brazos”. Y si no dices esto y si no puedes decir todo esto, es que no amas. No amas ni siquiera a quienes crees que amas. No amas a esos a quienes evitas. No amas a esos que no acercas a ti. No amas a esos a quienes no ayudas. No amas a esos a quienes no consuelas. No amas a esos con quienes te portas groseramente. Tengamos siempre presente todo esto y recordemos que el amor también trae dolor, cuando no puedes hacer algo por esa persona a quien amas.
Durante todo este ayuno, examinémonos a nosotros mismos en este aspecto: ¿cuánto amor sentimos por Dios? ¿Cumplimos con Sus mandamientos? Porque esto es una muestra de nuestro amor a Él. Pero el más grande y principal mandamiento en el amor a Dios, es el amor por nuestro semejante. Pensemos, ¿cuánto tenemos que esforzarnos para entender lo que aún no hemos entendido? Talvez por eso es muy importante decir siempre: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador, uno que no ama, uno que no se interesa por los demás, uno que no busca el bien de los otros, uno que es indiferente ante sus semejantes... ¡ten piedad de mí, pecador!”.
(Traducido de: „Gândiţi frumos” (cuvântări la ocazii speciale), Arhimandritul Teofil Părăian, edit. Teognost, Cluj-Napoca, 2006, pp. 161-164)