Palabras de espiritualidad

¡Encomendemos nuestros hijos a la protección de Santa Filotea!

    • Foto: Anda Pintilie

      Foto: Anda Pintilie

Protectora de los niños y los jóvenes, Santa Filotea encarna, para los cristianos, la pureza y el significado de tener una fe firme, aun tratándose de una pequeña mártir. Para los niños del siglo XXI —mutilados espiritualmente, en un mundo que quisiera modelarlos a su imagen y semejanza, destruyendo cualquier rasgo de inocencia en sus almas— el modelo de la Santa Mártir Filotea representa un llamado al valor, el sacrificio, el amor al prójimo y a la fe más inamovible.

La fe y el valor de Santa Filotea constituyen un ejemplo incommensurable para los niños y la juventud de hoy. Agredidos por la televisión y la internet, extraviados en los engaños de una sociedad que les ofrece solamente modelos errados, la joven generación tiene, a pesar de todo, voces auténticas, que nos dan la esperanza de poder volver a la normalidad. Así, en uno de los colegios más importantes del país, al término de una conferencia sobre temas relacionados con la educación, sostenida por una profesora de Noruega, una alumna que formaba parte de la audiencia se levantó y dijo las siguientes palabras: «Estimada señora: en estas dos horas nos ha hablado mucho sobre el dinero, el éxito, la carrera y las ventajas materiales. Pero el hombre tiene, además del cuerpo, un alma. Sin embargo, no la he escuchado decirnos nada sobre la importancia del alma. Por eso, considero que venir a esta conferencia no fue más que una pérdida de tiempo para mí…». Luego de unos minutos de profundo silencio en la sala, la profesora, proveniente de un país nórdico cuyo sistema educativo desprecia las cualidades espirituales de los niños, se levantó y se fue, reconociendo su fracaso, moralmente. En el fondo, aquella chica tenía razón: un alma creyente y pura siente cuando el sistema quiere hacer de ella solamente un recurso humano instruido, obediente y fácilmente manipulable.

Los niños vienen al mundo llenos de luz y pureza, porque, antes de ser de sus padres, ellos son de Dios. Asimismo, sabemos que Él quiere que seamos como niños, advirtiéndonos: «Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él» (Lucas 18, 17). El alma del niño refleja al Creador Mismo. Por eso, los niños son tan distintos a nosotros, los adultos, quienes llevamos a hombros la carga de nuestros pecados. Viendo sus ojos puros, los adultos espabilamos como personas y desearíamos volver a vivir nuestra infancia, porque sabemos que ella encierra un tesoro que no tiene precio, un manantial de vida e inmortalidad, del cual bebemos cuando los sufrimientos nos abruman. En esta fuente de agua viva se conservan, sin alteración alguna, nuestras reservas espirituales para toda la vida. Ahí se hallan los recuerdos más puros: los cánticos y los mimos de nuestra madre, los cuentos y los juegos llenos de inocencia, la alegría de los encuentros con la naturaleza, y el encuentro con nuestro ángel guardián, quien nos cuida a lo largo de toda nuestra niñez, cubriendo, con sus refulgentes alas, nuestra candidez.  

Muchas veces, los niños nos dicen cosas asombrosas sobre Dios, sobre la Madre del Señor, o sobre los santos, como si alguien más los hubiera educado en la fe, antes de que nosotros intentáramos hacerlo. Entendemos que Dios enciende en sus almas, ya desde el nacimiento, la candela de la fe, cuya llama tenemos que mantener siempre viva. «Los niños viven en contacto permanente con Dios, porque no tienen preocupaciones. ¿Qué dijo Cristo de ellos? “Sus ángeles, en los Cielos, ven permanentemente el rostro de Mi Padre, Quien está en los Cielos”. Los niños pequeños tienen comunión con Dios y con su ángel custodio, que siempre está a su lado. A veces, cuando duermen, ríen, otras veces lloran, porque pueden ver muchas cosas. A menudo, ven a su ángel guardián, quien los consuela, los toma de las manitas… y eso los hace reír …». (San Paisos el Hagiorita)

En el mundo actual, la inocencia y el encanto de la infancia han sido reemplazados por el materialismo, la sensualidad, la vulgaridad, la mediocridad, la incultura. Conectados todo el tiempo a las “redes sociales”, los niños de hoy están expuestos a graves peligros, sobre todo porque sabemos que la mayoría de ellos tiene acceso diario a un mundo virtual que puede ser verdaderamente mortal para el alma. Cautivos de ese mundo paralelo, los niños olvidan comunicarse con sus semejantes y experimentan fenómenos como la depresión o el narcisismo, y muchos de ellos adquieren comportamientos totalmente anormales, que pueden llegar a la furia, la obsesión y las tendencias agresivas.

Dependientes de la internet, muchas veces los niños prefieren huir de casa, o incluso hasta quitarse la vida, si alguien les priva de esa “droga”. El año pasado, una niña de 11 años, de la ciudad de Giurgiu (Rumanía), se suicidó porque su padre le prohibió seguir subiendo fotografías a Facebook. En Hamburgo, Alemania, dos niñas, de 12 y 13 años, quedaron con dos chicos de 15, a quienes habían conocido unos días antes en una sala de chat. Los chicos las llevaron a la fuerza a un ático, las golpearon y las violaron; posteriormente, la reacción social fue señalarlas de “consumo excesivo de internet”. Los violadores, imitando lo que tantas veces habían visto en sites de pornografía o en películas violentas, solamente estaban poniendo en práctica lo aprendido en el mundo virtual. Lamentablemente, hay miles de casos como este en todo el mundo. Ciertamente, el mundo entero es un gran escenario para el dolor de los niños: el de los que son asesinados con la práctica del aborto, el de los que son abusados física y psíquicamente, el de los que son abandonados, el de los desnutridos, el de los niños explotados, el de los que son raptados y asesinados para extraerles sus órganos, o el de los que son vendidos como esclavos a grandes redes de prostitución infantil.

La infancia de hoy tiende a convertirse en un mundo de pesadilla. Un mundo que nosotros, los adultos, preparamos con todo esmero para las más inocentes criaturas que hay sobre la faz de la tierra. Votamos leyes que matan la inocencia, familiarizando a los niños, ya desde muy pequeños, con toda clase de maldades y perverseiones, volcando sobre ellos toda la miseria que hay en nuestras almas y en nuestras mentes. Los desatendemos, abandonándolos ante el ordenador o el televisor. Les compramos teléfonos y tabletas, artefactos que son verdaderas “bombas de tiempo”. En pocas palabras, los destruimos conscientemente. Pero, cuando querramos hacerlos volver a la luz, la delicadeza, el afecto y la pureza de antes, será demasiado tarde. Será como querer beber de un manantial que se ha secado.

¡Que la Santa Mártir Filotea cuide y ampare tanto a los niños como a sus padres, y que el sacrificio de esta pequeña mártir sea un ejemplo para todos, en estos tiempos tan agitados y turbios, en los que solamente el coraje y el candor de los niños pueden salvar a la humanidad de la destrucción física y moral, mitigando la ira de Dios, que con justicia se ha encendido contra nosotros!