Enfrentemos todo sin agitarnos, sin apesadumbrarnos
Que todo nuestro afán consista en ver hacia la Luz, en conquistar la Luz. De esta manera, en vez de entregarnos a la pesadumbre, que no es del Espíritu de Dios, nos entregaremos a la glorificación de Dios.
Hagamos de cada aflicción una oportunidad para conocer más a Cristo, para sentir Su amor, para alabarlo. Y Él, que siempre está dispuesto a ayudarnos, nos dará Su don y Su fuerza, y convertirá nuestra tribulación en alegría, en amor a nuestros hermanos, en fervor hacia Él mismo. Con esto, toda oscuridad desaparecerá. Recordemos las palabras del Apóstol Pablo: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto” (Colosenses 1, 24).
Que nuestra alma repita la oración “Señor Jesucristo, ten piedad de mí”, ante todas nuestras aflicciones, por todo y por todos. No nos detengamos a observar lo que nos sucede; más bien dirijamos nuestra mirada a la Luz, a Cristo, tal como un niño mira a su madre cuando le pasa algo. Enfrentemos todo sin agitarnos, sin apesadumbrarnos, sin intranquilizarnos. No es necesario hacer esfuerzos sobrehumanos. Que todo nuestro afán consista en ver hacia la Luz, en conquistar la Luz. De esta manera, en vez de entregarnos a la pesadumbre, que no es del Espíritu de Dios, nos entregaremos a la glorificación de Dios.
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, p. 245)