¡Enséñale tus heridas a Él!
Muéstrale, cristiano, tus heridas a Ése que no te condena, sino que te sana. No olvides que, aunque tú mismo te ocultes tus pecados, Él todo lo sabe: en dónde, cuándo y cómo los cometiste.
Les suplico y les exhorto —dirigiéndome a todos los cristianos— que confiesen todos sus pecados, sus caídas y debilidades, diaria y continuamente, ante Dios. Yo no los fuerzo, ni los arrastro ante la mirada de los esclavos del pecado, mucho menos los coacciono para que revelen sus faltas ante los demás. Al contrario, hago un llamado a todos y cada uno, para que abran su conciencia frente a Dios. Muéstrenle a Él sus heridas y pídanle que les dé la medicina que los hará sanar.
Muéstrale, cristiano, tus heridas a Ése que no te condena, sino que te sana. No olvides que, aunque tú mismo te ocultes tus pecados, Él todo lo sabe: en dónde, cuándo y cómo los cometiste. Entonces, cuéntale todos tus pecados, para que puedas ganar el perdón. Díselos, para que, renunciando a ellos, puedas regresar limpio de faltas.
(Traducido de: Protosinghel Nicodim Măndiță, Învățături despre rugăciune, Editura Agapis, București, 2008, p. 87)