A menudo, Dios nos perdona nuestros pecados sin imponernos el castigo que mereceríamos, como dice el salmista: “Señor, tú que eres bueno y que perdonas, lleno de piedad para los que te invocan...” (Salmos 85, 4). Y si alguna vez nos castiga, lo hace con bondad, lleno de indulgencia y por nuestro propio bien. Lo verdaderamente horrible tendrá lugar cuando Dios nos abandone como a unos desesperanzados e incorregibles; entonces será el demonio quien nos castigue y nos atormente de forma atroz, como a unos que han dejado de ser siervos de Dios para convertirse en prisioneros suyos. Y así sufriremos el castigo preparado para el maligno y sus huestes. ¡Si Dios no nos abandonara...! “El que ama la instrucción ama la ciencia, el que odia la reprensión es insensato” (Proverbios 12, 1).

¡Entiende que Dios te ama! Si Él te sigue ofreciendo todo lo que necesitas para vivir, ¿cómo podrías ser capaz de murmurar en contra Suya y decir que te castiga? Si, por el bien de tu alma, Dios envió al mundo profetas y justos, para que de ellos aprendieras y te pudieran ayudar, pregúntate: ¿así es como cuida alguien a otro a quien tiene sometido al castigo? Si Dios envió a Su Hijo Unigénito al mundo para que aprendieras de Su amor por ti, para llamarte al amor a Él y para mostrarte el camino que lleva hacia Él; si, en Su inmenso amor por ti, derramó Su Sangre en la Cruz para que te salvaras del poder del pecado y de la muerte... ¿cómo podrías atreverte a decir que Dios te castiga?

(Traducido de: Cugetările unei inimi smerite – un document din secolul al XV-lea despre viața duhovnicească, Editura Egumenița, pp. 50-51)