Palabras de espiritualidad

Es el “Padre nuestro”, no el “Padre mío”

    • Foto: Doxologia

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Tantos siglos después, si queremos ser cristianos verdaderos, necesitaremos volver a encontrar el sentido de la comunión, aprendiendo nuevamente a compartir un sencillo tallo de cebolla.

El hombre deviene en hombre verdadero, solamente por medio de la comunión y la participación. Dostoyevski ilustra magistralmente este punto en Los hermanos Karamazov. Valiéndose de un relato popular, nos presenta la historia de una anciana que, habiendo sido muy mala en vida, al morir fue enviada al infierno. Su ángel guardián, decidido a encontrar al menos una buena acción en su historia de vida, finalmente se acordó de que, un día, la mujer había arrojado una pequeña cebolla a un mendigo que pasaba por la calle. Lleno de alegría, el ángel tomó esa misma cebolla, se la tendió a la mujer y empezó a sacarla, poco a poco, del infierno. Viendo lo que sucedía, los demás que estaban con ella en aquel lugar de tormento la cogieron de las piernas, con la esperanza de salvarse también. Asustada y enfadada, la anciana empezó a darles golpes y puntapiés, gritándoles: “¡Suéltenme! ¡A mí me están sacando, no a ustedes! ¡Esta cebolla es mía, no suya!”. En ese momento, el tallo de la cebolla se rompió y la anciana cayó nuevamente al fuego eterno. Y todavía sigue en aquel lugar.

Si la anciana hubiera dicho “es nuestra cebolla”, ¿no es cierto que aquel tallo se hubiera hecho lo suficientemente fuerte como para salvar a todos? Pero, ya que dijo “es mía”, perdió su dimensión humana. Rechazando compartir con los demás, renegó también de su calidad de persona. La persona verdaderamente humana, reflejo de la Santísima Trinidad, es la que dice “nosotros”, no “yo”; “nuestro”, y no “mío. El Hijo de Dios nos legó la oración del “Padre nuestro”, no el “Padre mío”. La primera comunidad apostólica de cristianos compartía todo: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común” (Hechos 2, 42-44). Tantos siglos después, si queremos ser cristianos verdaderos, necesitaremos volver a encontrar el sentido de la comunión, aprendiendo nuevamente a compartir un sencillo tallo de cebolla.

(Traducido de: Episcopul Kallistos WareÎmpărăția lăuntrică, Editura Christiana, 1996, pp. 40-41)