Es importante que nuestros hijos comulguen con frecuencia
El obispo Teófano el Recluso observó que, después de comulgar, los niños se tranquilizan y conservan ese estado durante todo el día.
La Gracia de la comunión con la Sangre y el Cuerpo de nuestro Señor es extraordinaria: llena, sana y fortalece física y espiritualmente al niño. Podría decirse que la comunión frecuente es la garantía de la salud del niño.
Un médico aseveraba que raras veces recurría al auxilio de medicamentos, en los casos de niños que comulgaban con frecuencia. Sobre estos niños, la ley de la herencia de los rasgos negativos (de los padres) no tiene ninguna fuerza. Eugenio Poseleanin menciona el caso de ciertos padres que tenían serios motivos para temer que sus deficiencias pudieran transmitirse a su único hijo. Para impedirlo, y siguiendo el consejo de su padre espiritual, cada domingo llevaban al pequeño a comulgar. Y aquel niño creció completamente sano.
Algunas veces también ocurren sanaciones milagrosas, gracias al Sacramento de la Eucaristía. Por ejemplo, uno de los más grandes maestros de la Iglesia, San Andrés de Creta, en su infancia se quedó sin poder hablar durante mucho tiempo. Tras la oración ferviente de sus padres y al momento de llevarlo a comulgar, las ataduras de su lengua se rompieron.
El obispo Teófano el Recluso observó que, después de comulgar, los niños se tranquilizan y conservan ese estado durante todo el día. Muchas veces, se muestran llenos de alegría espiritual y parece que quisieran abrazar a todo el mundo.
De acuerdo a las disposiciones de la Iglesia, a partir de los cuatro años el niño no debe comer ni beber nada por la mañana, antes de recibir la Santa Eucaristía.
(Traducido de: N. E. Pestov, Cum să ne creștem copiii: calea spre desăvârșita bucurie, traducere din limba rusă de Lucia Ciornea, Editura Sophia, București, 2005, pp. 39-40)