Palabras de espiritualidad

¿Es recomendable comulgar con frecuencia?

    • Foto: Benedict Both

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La Iglesia es más que un libro leído: es un libro encarnado. Es decir que se trata de la Misma Palabra de Dios encarnada, y si no respetas lo que hablaste con tu confesor, lo que repetiste con él y lo que él mismo te ordenó hacer, es que, finalmente, no estás preparado para comulgar, espiritualmente hablando.

Creo que ya he hablado antes sobre este asunto, pero vale la pena insistir en él.

Entre los años 1950-1956 se suscitó una interesante discusión en las revistas teológicas. Por un lado estaban quienes apoyaban la comunión frecuente y por el otro, quienes argumentaban que debe comulgarse raras veces. San Juan Crisóstomo decía: “Ni demasiado frecuente ni demasiado rara, sino con merecimiento“.

Inmediatamente después de 1990 se tradujo un libro de San Nicodemo el Hagiorita sobre este tema, que luego sería reeditado. En este libro hay unas líneas que me parecen la respuesta más idónea al problema. Dice San Nicodemo que hay una posibilidad de comulgar, desde un punto de vista eucarístico, cada día, en la Divina Liturgia. Pero también existe otra posibilidad de comulgar con Cristo, de forma mística, a cada momento, en cada segundo, en el altar secreto de tu corazó. Y agrega que, si no comulgas con Cristo, a cada instante, en tu corazón, es inútil cualquier otra forma de comunión, así sea diaria, afuera de tu corazón.

En otras palabras, si entre tu interior y tu exterior hay una discordia, una ruptura, el fariseísmo que decía que mina la Liturgia, termina socavando también la salvación. No puedes comulgar con Cristo, ni siquiera una vez al día, si tu corazón no lo hace también a cada segundo.

Y cuando hablamos de comulgar con merecimiento o sin él, digamos que nadie es digno de hacerlo. El Cristo en nosotros nos hace dignos del Cristo que está en el cáliz, ante nosotros. Entonces, en esta escala —de la teopatía, de la compasión del Dios Vivo para con nosotros—, entre el Cristo que vive en nuestro interior y el Cristo que tenemos enfrente, radica la clave de nuestra salvación. Nosotros comulgamos y nos salvamos, no porque seamos dignos de ello, sino porque Dios así lo quiso primeramente. ¡Pero qué difícil es que entendamos todo eso!

Eso sí, cerrarle al individuo todas las posibilidades de comulgar me parece, de una forma u otra, una falta de escrúpulos pastorales. Y me parece también exagerado decirle al fiel que lo mejor, de acuerdo a la Iglesia, es comulgar cada cuarenta días. ¿Cuarenta días, según cuál calendario? Esto es como la imagen imposible que me creé este otoño, hallándome en Canadá: una noche me puse a pensar que cuando eran las siete de la mañana en Rumanía y los sacerdotes se disponían a oficiar, en donde yo estaba eran las doce de la noche, y apenas me estaba yendo a acostar.

En tales condiciones, en las que el tiempo y el espacio son tan fluctuantes y diferentes en sus latitudes y longitudes, lo mejor sería mantener esa unidad de sentido místico en lo que respecta al Sacramento de la Comunión, es decir, que entendamos que no somos los que le dictamos a Cristo cuándo debemos comulgar, sino que sea Cristo Quien nos ofrezca la oportunidad de comulgar. Y, normalmente, lo mejor es no rechazarla.

Personalmente, conozco muchas personas —incluso estudiantes de teología— quienes, después de recibir la absolución al confesarse y habiéndoseles autorizado acercarse a comulgar, empiezan a llenarse de toda clase de escrúpulos, temores y complejos, de forma que hasta el más insignificante estornudo en la iglesia ya se vuelve pecado para ellos y, aunque en su corazón quieren comulgar, ellos mismos se censuran y no saben cómo proceder. Y todo porque leyeron que tal padre o tal santo dijo no sé qué, o algo les señaló alguna persona, así que no es bueno comulgar en ese momento. Y yo les digo que, felizmente, la Iglesia es más que un libro leído: es un libro encarnado. Es decir que se trata de la Misma Palabra de Dios encarnada, y si no respetas lo que hablaste con tu confesor, lo que repetiste con él y lo que él mismo te ordenó hacer, es que, finalmente, no estás preparado para comulgar, espiritualmente hablando.

(Traducido de: Preot Constantin Necula, Îndumnezeirea maidanului, Editura Agnos, 2006, p. 279)