Un inmenso rol, tanto en el monaquismo como en la vida familiar, lo tiene la esperanza, entendida no como una simple ensoñación, sino como un acto de fe, de la convicción triunfante. La Santa Escritura nos dice que la esperanza es ya un anticipo del futuro, del mismo modo en que la fe es la certeza de lo que no podemos ver.

La esperanza no es un sueño que nos dice que en el futuro las cosas tal vez estén mejor. Partiendo de la experiencia del presente (a pesar de sus sombras y, muchas veces, sus cosas espeluznantes), viendo que aun en estos días tan llenos de horror resplandece la luz y arde el amor —porque la luz alumbra verdaderamente en la oscuridad—, y que la oscuridad de ninguna manera puede vencer, nos llenamos, gracias a la esperanza, de la confianza en que, finalmente, la luz vencerá. Esta es nuestra esperanza y esta es nuestra fe, y con ellas puede crecer la victoria del amor, tanto en el monaquismo como en la vida de familia.

(Traducido de: Mitropolitul Antonie de Suroj, Taina iubirii, Editura Sophia, București, 2009, p. 68)