Palabras de espiritualidad

Eso que nos sana y nos santifica

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Este es el medicamento que recomiendo para todos los que quieran sanar de cualquier pasión. Si no lo tienen, pídanselo a nuestro Buen Dios, y Él se los dará.

Hay un remedio para todas las enfermedades espirituales. Algunos no saben de él, y otros, aunque lo conocen, no lo utilizan, y quedan sin sanar. Quienes lo tienen no sólo sanan, sino que también se santifican. Estamos hablando de ese medicamento llamado “humildad”. Gracias a ella, los profetas fueron capaces de ver el futuro. Gracias a ella, los Santos Apóstoles, de pescadores devinieron en evangelizadores y fervorosos preceptores para el mundo. Con este medicamento, San Espiridón, siendo un sencillo pastor de ovejas, se convirtió en un santo jerarca para los cristianos.

Con este medicamento, la Santísima Virgen se hizo digna de volverse la Madre de Cristo, Quien es Dios perfecto y Hombre perfecto, carente de todo pecado. El Señor nos llama a todos a participar de este medicamento, para encontrar la paz aquí en la tierra y en los Cielos. La verdadera humildad no deja que el hombre caiga en pecado… y si, a pesar de todo, cae, la misma humildad le ayudará a levantarse inmediatamente. Este es el medicamento que recomiendo para todos los que quieran sanar de cualquier pasión. Si no lo tienen, pídanselo a nuestro Buen Dios, y Él se los dará.

Así las cosas, con la humildad y la paciencia que esta trae, el camino a la salvación se nos hará mucho más fácil. El Señor dijo: “Quien se humille será enaltecido. Quien sea paciente hasta el final, ese se salvará. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Cada vez que seamos embestidos por las furiosas y persistentes olas de las tentaciones y los sufrimientos, viéndonos en peligro de morir, clamemos como Pedro: “¡Sálvame, Señor, que me muero!”, y en ese momento Él nos tenderá Su santa y misericordiosa mano, y nos ayudará.

(Traducido de: Arhimandritul Filothei ZervakosNe vorbește părintele Filothei Zervakos, Editura Egumenița, pp. 323-333)