Palabras de espiritualidad

Este mundo, hijo mío, es sólo vanidad

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Bienaventurado será aquel que logre atravesar con bien este sitio, para llegar al puerto de la salvación.

«Me alegra, hijo mío, saber que estás bien. También me he enterado de tu error. Ya que poco te faltó para empezar a proferir insultos, harás el doble de postraciones durante cuarenta días, pero empezando desde Pentecostés. Ten cuidado, hijo mío, y no dejes que esa labor de los demonios se te vuelva una costumbre.

¡Oh, hijo mío, ten cuidado! El mundo de hoy es muy perverso. Y el demonio siembra a destajo malos pensamientos, con tal de debilitar la voluntad del alma. Por eso, trata de refrenarte lo más que puedas. El empacho siempre engendra pensamientos maliciosos y figuraciones. Siempre, cuando sientas que viene la tentación, acude a nuestro Señor Jesucristo y a la Madre del Señor. Pide también el auxilio de los santos cuando ores. Si el demonio te engañara y te hiciera caer en algún pecado grave, ya no podrás convertirte en sacerdote. Y sería muy triste que tuvieras que lamentarte por ello toda tu vida. Por eso, ora, ora todo lo que puedas.

Huye de los malos pensamientos como si fueran fuego. No les pongas atención y no permitas que echen raíces en tu interior. No desesperes. Dios es grande y perdona a todos los pecadores. Solamente debes arrepentirete cuando te equivoques y no repitas los mismos errores.

Sé atento con tus colegas. No hables mucho, ni escuches cosas que no debas. Porque te ensuciarán. Procura ser obediente, tranquilo, humilde, generoso y amigo de la oración y la lectura. Ora con lágrimas, aprende orando. Que tu boca no deje de repetir: “¡Señor Jesucristo, apiádate de mí!”.

Y prepárate para que, cuando lo quiera nuestro Buen Dios, puedas llegar a ser un buen monje, agradable a Dios y a los demás. No olvides que este mundo, hijo mío, es solamente vanidad, lleno de toda clase de maldades, porque es el destino de exilio de Adán y también el nuestro. Y bienaventurado será aquel que logre atravesar con bien este sitio, para llegar al puerto de la salvación. Ese se gozará eternamente con los santos, y santificará y reinará junto con Cristo, por los siglos de los siglos».

(Traducido de: Gheron Iosif, Mărturii din viața monahală, Editura Bizantină, București, p. 227)