Palabras de espiritualidad

Estemos atentos al susurro de nuestro ángel custodio

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Si estamos atentos, podremos percibir un viento ligero que nos dice lo que debemos hacer: “No hagas esto”, “No digas eso”, “No te marches”; pero es como una brisa delicada que no nos presiona. Tales son los susurros de nuestro ángel y si nos detenemos con atención en nuestro interior, los notaremos completamente, porque no son palabras, sino entendimientos.

El pecado fundamental del hombre es la autonomía: “¡Yo puedo!”. Podemos beneficiarnos del auxilio de nuestro ángel, recibiéndolo, abriéndonos a esa ayuda. Se trata sólo de prestar atención. Si estamos atentos, podremos percibir un viento ligero que nos dice lo que debemos hacer: “No hagas esto”, “No digas eso”, “No te marches”; pero es como una brisa delicada que no nos presiona. Tales son los susurros de nuestro ángel y si nos detenemos con atención en nuestro interior, los notaremos completamente, porque no son palabras, sino entendimientos, aunque en forma de órdenes claras.

A diferencia del murmullo del ángel, que es delicado, el del maligno es una voz obsesiva. La podemos reconocer, porque se convierte en algo que no podemos sacar de nuestra mente. Y reconocemos al ángel bueno, porque apenas podemos oir su voz. ¿Cómo es que me protege el ángel, tomando en cuenta que él no tiene acceso a mi cuerpo, para ponerme el dedo en la sinapsis y así yo deje de pensar mal? Él puede hacerlo, con su energía. Él puede accionar en mi energía para que yo actúe. Él me da una energía adicional que me ayuda.

Cuando estamos en la misma sintonía, podemos adivinar el pensamiento del otro; hay algunos que hasta pueden ver —si estamos en la misma sintonía espiritual—y desde el comienzo entienden lo que dice el sacerdote, si tienen un aprecio personal, empatía, amor y comunión. No sucede lo mismo cuando estamos separados y cada uno vibra en su propia frecuencia. La solución es amar y, sólo amando, conoceremos. La solución es orar, porque, orando, purificamos nuestra mente y entramos en relación con el ángel y agrandamos nuestras fuerzas con su oferta, con sus fuerzas, con sus energías. Mi ángel custodio no hará nada en contra de mi voluntad. Él tiene una presencia amorosa, la cual me invita a no hacer lo que no debo hacer. Porque, haciéndolo, después querré hacer más. Cuando a mi mente viene el deseo de juzgar a alguien, mi ángel me da las fuerzas para no recibir ese pensamiento y no juzgar; él no me controla, no me detiene. Sólo a los niños protege de tal manera.

(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Gânduri din încredinţare, Editura Doxologia, Iaşi, 2012, pp. 85-87)