¡Exhórtense mutuamente a la contrición!
Así como una herida no sana mientras la mantenemos cubierta, mas si la descubrimos desaparece rápidamente, igualmente el pecado, en cuanto siga oculto, no será perdonado.
Busquemos parecernos a la mujer de Samaria, y no nos avergoncemos de confesar a los demás nuestros pecados. Porque, si nos avergüenza revelar nuestros pecados a los demás, aún siendo por nuestra salvación, ulteriormente, en el Día del Juicio, no frente a dos o tres personas, sino frente al mundo entero —que nos estará viendo—, daremos cuentas y seremos reprendidos. Porque Dios, ahora, nos ayuda, porque no desea la muerte del pecador, sino que vuelva y tenga vida.
Luego, recordemos para qué vino Natán a ver a David, un profeta visitando a otro, porque también David lo era. Y así como un médico, cuando se enferma, necesita del consejo de otro médico, si revelamos todo, sale a la luz, y sana. Así como una herida no sana mientras la mantenemos cubierta, mas si la descubrimos desaparece rápidamente, igualmente el pecado, en cuanto siga oculto, no será perdonado.
Por eso, no temas recibir un canon de penitencia por parte de otro hombre, porque la absolución también la recibirás de otro hombre. Porque si no aceptas la penitencia por parte del hombre, te hallarás en peligro de atarte al trabajo eterno con cadenas que no se rompen, quedándote sin la posiblidad de arrepentirte. Luego, amados, les pido, exhórtense mutuamente a la contrición, para que todos podamos salir al encuentro del Señor, por medio de nuestra confesión. ¡Gloria a nuestro Dios!
(Traducido de: Proloagele, volumul 1, Editura Bunavestire, pp. 312-313)