Exigencias y responsabilidades del sacerdocio
El obispo y el sacerdote son pastores y, por ende, guías, mostrándonos el camino a seguir y cuidando de cada una de sus ovejas en sus problemas y necesidades.
En el marco de la sinergia entre gracia y esfuerzo humano, el obispo, el sacerdote y el diácono deben hacer todo lo posible para adecuar su fe y su vida a la dignidad que implica su función pastoral. Ciertamente, el sacerdote debe presentarse con toda dignidad frente al altar, para poder cumplir con su noble servicio, que exige, sobre todo, una especial pureza.
El obispo y el sacerdote, cuando celebran el oficio litúrgico, son íconos de Cristo. Luego, es necesario que su comportamiento y disposición representen a Cristo, adecuándose a Él en todo aspecto. Por eso, deben saber bien que, incluso cuando no están oficiando, su conducta ayuda a formar la imagen que los fieles tienen de la Iglesia. San Simeón Daybabsky dice que: “la presentación del sacerdote, sus palabras, su porte y su presencia, junto a sus demás gestos, ejercen una gran influencia sobre quienes lo observan”.
El obispo y el sacerdote son pastores y, por ende, guías, mostrándonos el camino a seguir y cuidando de cada una de sus ovejas en sus problemas y necesidades. Por eso, es debido que quien es cabeza, ojos y boca sea íntegro, para que el resto del cuerpo también lo sea, como dice Teodoro de Mopsuestia.
El sacerdote es visto como el ejemplo a seguir. Los fieles escuchan sus palabras y permanecen atentos a su comportamiento, como ante nadie más. Su calidad de sacerdote, al igual que una lámpara, expone a la luz todas sus virtudes y defectos, y como una lupa, los magnifica. Su conducta es tomada como ejemplo y, de acuerdo a su naturaleza y carácter, es elogiada o despreciada, proyectándose sobre los fieles. Así, sus virtudes pueden ayudar a desarrollar la devoción en sus feligreses, mientras que sus defectos pueden hacer que aquellos decaigan en su fe.
El sacerdote tiene, entonces, una responsabilidad muy grande. Por medio de sus consejos, pero sobre todo con el ejemplo que ofrecen, los sacerdotes ejercen una enorme influencia sobre el comportamiento y la vida de sus feligreses. En su tratado “Del Sacerdocio”, San Juan Crisóstomo subraya el hecho que los sacerdotes serán severamente castigados el día del Juicio, porque sus pecados se hallan sujetos a condenas peores que los de los fieles comunes.
Así, el sacerdote debe estar atento a su propio comportamiento y saber controlarse por medio de un estricto esfuerzo: “debe protegerse por todas partes, como si portara una armadura metálica, vigilando celosamente cada uno de sus actos”. Debe saber arrepentirse de sus pecados, pedir perdón inmediatamente si ha perturbado u ofendido a alguien, y ser humilde, obedeciendo a Cristo, Quien llamó a Sus discípulos a portarse como servidores.
Como uno que pone toda su alma al servicio de la Iglesia y los actos del amor cristiano, el sacerdote se halla sometido a muchísimas pruebas y tentaciones. Por eso, aún más que cualquier fiel, debe procurar su propio progreso espiritual, poniendo especial devoción en cumplir con sus afanes y adquirir la virtud. Y si no es la encarnación de las virtudes que predica y si no hace de su vida el ejemplo de lo que pregona, sus enseñanzas y consejos no serán sino letra muerta. No podrá, entonces, proyectar luz ni calor a quienes los necesitan.
Por todo esto, es bueno que, desde el principio, quien anhela el sacerdocio lo haga con pureza, por amor a Dios y a su semejante, deseando servirles con humildad y benevolencia, sabiendo bien que tal dignidad exige sacrificio y renunciar a uno mismo.
El que busca el sacerdocio debe hacerlo sólo si siente ese llamado espiritual por parte de Dios, y no atendiendo a la voluntad humana. El que desee dedicarse al sacerdocio debe, indudablemente, tener las cualidades necesarias para llevar a cabo esta tarea. Y es que la elección de los sacerdotes es una cosa extraordinariamente importante. San Juan Crisóstomo subraya que quienes toman parte en esa elección tienen una inmensa responsabilidad, porque de su decisión depende no sólo el futuro de una persona, sino el de todos esos a los que habrá de guiar.
(Traducido de: Jean Claude Larchet, Viața sacramentală, Editura Basilica, București, 2015, pp. 502-508)