La confesión realizada de forma debida, aunque borra los pecados, no aparta todo el mal que esstos provocan al alma, es decir, la ceguera y la oscuridad de la mente, las inclinaciones y las malas disposiciones de la voluntad, los malos hábitos y las malas prácticas del corazón, la degradación e inutilización de las fuerzas del alma, y la deformación del ser, creado a imagen y semejanza de Dios.

La confesión no aparta de nosotros el castigo y el canon que debemos recibir por nuestros pecados, ni aleja toda la fuerza de las malas inclinaciones y los impulsos perniciosos que hemos adquirido junto con el pecado, aunque, de alguna forma, sí que los desintegra. Pero nos deja que seamos nosotros quienes los enmendemos y los apartemos de nosotros mismos, con la incesante compunción del corazón y por medio de los esfuerzos, trabajos y luchas de la contrición que debemos experimentar cada vez que pecamos.

(Traducido de: Sfântul Nicodim Aghioritul, Despre metanie – pocăință, Editura Panaghia, p. 25)