Fe, libertad y responsabilidad
Si hacemos algo bueno, no debemos llenarnos de vanidad, porque de un acto de amor se convertirá en un acto de orgullo.
Hay muchos que perciben la fe como un límite a su libertad: “¿Por qué tendría que creer ciegamente?”, se preguntan. Debemos recordar que la fe es un don de Dios, que no destruye la libertad, sino que nos otorga una distinta, maravillosa. Por medio de la fe, nos libramos de la ansiedad, del enojo y del temor a la muerte. Pero, con el auxilio de la fe también viene la responsabilidad de actuar.
Se nos ha concedido el libre albedrío y, siguiendo el ejemplo de Jesús, debemos dirigir esa voluntad a la de Dios mismo. A primera vista esto podría parecer un cerco a nuestra libertad. Pero, de hecho, se trata de algo que nos ofrece una espléndida libertad. Los mandamientos son simples: ama a Dios y ama a tu semejante. Nuestra fe nos llama a amar y a renunciar al orgullo, confiando nuestra voluntad a la de Dios. Si hacemos algo bueno, no debemos llenarnos de vanidad, porque de un acto de amor se convertirá en un acto de orgullo.
Cuando actuamos por orgullo, perdemos nuestra libertad, porque estamos haciéndolo por obligación y no por la libertad que Dios nos concedió. El anciano Macario nos aconseja: “Cuando Dios, utilizando nuestra conciencia, nos llama a la virtud y nuestra voluntad se le opone, Él sigue respetando nuestra libertad y nos deja actuar como nos apetece. Pero, más tarde, nuestros pensamientos se vuelven pesados, nuestra voluntad se debilita y cometemos solamente iniquidades. Por otra parte, los frutos del alma son inmediatamente otorgados a quienes saben cumplir con los mandamientos de nuestro Señor Jesucristo.”