Hablando con palabras de edificación
Cuando hables, no olvides que tus palabras quedarán grabadas en el alma de quien te escucha.
No son mis propias palabras, sino las del Santo Apóstol Pablo, quien dice: “Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Colosenses 3, 23). Además, “Sabed que todo hombre debe ser pronto para escuchar, pero lento para hablar y para airarse” (Santiago 1, 19). “Si alguno se cree devoto, pero no pone freno a su lengua, sino que engaña a su propio corazón, su devoción es vana” (Santiago 1, 26). Por eso, hombre, cuando hables, piensa que tus palabras quedarán grabadas en el alma de quien te escucha y no olvides que cada palabra tuya debe ser de edificación para ambos, porque ambos le pertenecen a Cristo, Quien es, para todos los cristianos, la base de nuestra vida. “Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como buen arquitecto, puse el cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo. Y si uno construye sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día que ha de revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego. Aquel cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa. Mas aquel cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego” (I Corintios 3,10).
Así las cosas, no olvides que eres un ladrillo espiritual en el enorme edificio de la Iglesia de Cristo. Permanece en paz en este muro, sintiéndote unido a los otros ladrillos por el cemento del amor. No intentes salirte de la línea de este muro espiritual; al contrario, puliendo tus palabras con el trabajo de tus pensamientos, árdelas en el horno de una mente iluminada, y sólo después envíalas a la obra de construcción de la vida humana. Un edificio construido de esta forma, jamás podría derrumbarse. ¡Felices de los que mueran en el Señor, porque sus actos se irán con ellos y vivirán eternamente!
Por eso, a ti te aconsejo, hombre, que transformes tu vida, podando con una tijera tu propia voluntad, tus ramas, tus imprecaciones y desobediencias, para que quede un árbol que nunca se pudrirá, por la Pälabra de Dios.
(Traducido de: Părintele Arsenie Boca, Mărgăritare duhovnicești, Editura Cartea strămoșească, p. 55-56)