Palabras de espiritualidad

Hacer el bien desinteresadamente

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Cuando ayudemos a nuestro hermano, asumamos que era nuestra obligación hacerlo y preparémonos para las tentaciones que habrán de venir, para no perder nuestra retribución, sino ganárnosla entera.

Padre, ¿por qué suele suceder que quien ha sido ayudado, después se comporta groseramente con aquel que le tendió la mano?

—Es el maligno quien incita al otro para que actúe de esa forma con nosotros, para que nos enfademos y perdamos el bien que hemos hecho. Esto no es culpa del otro. El demonio lo espolea y lo instiga a hacernos perder todo. Por eso, cuando ayudemos a nuestro hermano, asumamos que era nuestra obligación hacerlo y preparémonos para las tentaciones que habrán de venir, para no perder nuestra retribución, sino ganárnosla entera.

Por ejemplo, viene alguien y ayuda a su semejante, sin la intención de que los demás lo sepan. Pero, en un momento dado, surge la tentación y pone a los otros a decir: “¡Hey, tú, el avaro, el que no hace nada por los demás! ¿Ya viste lo que hizo X? ¿Por qué nunca haces cosas así?”, para forzarlo a reconocer, eso sí, “humildemente”: “¡Pero si yo también hice esto y lo otro!”, o para enfurecerlo y empujarlo a responder: “¿Me estás hablando a mí? ¡Përo si recién acabo de ayudar a R.!”. Así, el individuo termina perdiendo todo lo hecho.

Otra estrategia del maligno consiste en poner al que fue ayudado, a decirle a quien lo socorrió: “¡Tú, el inescrupuloso! ¡Te estoy hablando!”, para que el aludido responda: “¿Yo, un inescrupuloso? ¿Se te olvida el auxilio que te ofrecí hace poco tiempo?”. E incluso agregue: “¡Qué ingrato eres! ¡No esperaba que me dieras las gracias, pero realmente creí que eras más sensato y les contarías a los demás cómo corrí a ayudarte!”.

Luego, cuando esperamos que nos agradezcan, terminamos perdiendo todo. Pero si nos decimos: “¡Qué bueno que ya se le olvidó que lo ayudé!”, o “Tal vez estaba cansado o apenado, y por eso me habló así”, estamos justificando al otro y no perdemos nuestra recompensa. Cuando no esperamos que se nos devuelva el bien que hicimos, recibimos una retribución completa. Cristo hizo todo por nosotros, ¡pero nosotros lo crucificamos! ¿O es que no cantamos: “En vez de maná, hiel”, en los oficios del Viernes Santo? Intentemos siempre hacer el bien, pero sin esperar nada a cambio.

(Traducido de: Cuviosul Paisie AghioritulCuvinte duhovnicești, vol.2: Trezire duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Ed. a 2-a, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 168-169)