¿Hay alguien que no se levante después de caer?
Si el demonio se afana en arrastrarte a la perdición, el Padre Celestial quiere salvarte a toda costa.
«Amado hermano, me cuentas que caes con frecuencia —a pesar de tus esfuerzos para vivir de forma correcta y no ofender al Señor con tus pecados voluntarios e involuntarios— y que, sintiendo en tu interior un abismo de maldad, pierdes la esperanza de poder salvarte y recibir la misericordia de Dios cuando llegue Su estremecedor Juicio. Sin embargo, yo creo que si el maligno te pone un sinfín de tropiezos para alcanzar la salvación, con tentaciones y caídas, el Señor, por Su parte, como un amoroso Padre, cuya bondad es infinitamente más grande que la maldad del demonio, te ofrece incontables garantías —aún a pesar de los ataques del maligno y de tus propias fallas—, sin importar las circunstancias de tu propia vida, de que recibirás Su misericordia el Día del Juicio.
Lo único que debes hacer es desear y esmerarte con sinceridad en no caer. Y, cuando caigas, efuérzate en levantarte. ¿Hay alguien que no se levante después de caer? Si el demonio se afana en arrastrarte a la perdición, el Padre Celestial quiere salvarte a toda costa. Esto es lo que nos inspiran la fe y la esperanza cristianas. ¿Por qué suspiramos por causa de nuestros pecados, por qué es que lloramos cuando oramos? ¿Por qué nos acercamos al Sacramento de la Contrición y a este sobrecogedor, pero también dulce y vivificador Cáliz? ¿Es que todo esto es en vano? ¿Es que nuestro amoroso Dios no escucha cómo suspiramos ante Él? ¿Acaso podemos ocultarle una pequeña lágrima, por ínfima que sea? ¿Es que los suspiros y las lágrimas no purifican las faltas? ¡Pero si es con ellas que nos lava nuestro amoroso Señor, volviéndonos más blancos que la misma nieve! ¿Podría haberse debilitado la palabra de Aquel que es fiel y verdadero? ¿Cuál palabra? “Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mateo 18, 18). “Pues Aquel que ha prometido es fiel” (Hebreos 10, 23). Y Él hace y hará siempre lo que ha prometido.
¿Y acaso la Sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, no nos purifica de todo pecado, como dice Su discípulo amado? Claro que nos purifica. Nuestros corazones pueden dar testimonio de esto, porque han visto muchas veces cómo Dios viene a visitarnos para limpiar toda nuestra suciedad interior. ¿Has observado cuántos estímulos tenemos para seguir confiando en la salvación? No hay razón para que pierdas la esperanza, por grandes que sean tus pecados. El Señor tomó para Sí mismo todos los pecados del mundo, incluyendo los más grandes, los más graves. Su misericordia es inconmensurable y el abismo de Su amor por la humanidad es insondable, como dice la Iglesia. “Porque todos pecaron y están privados de la gloria de Dios; ahora son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de Cristo Jesús” (Romanos 3, 23-24)».
(Traducido de: Sfântul Ioan de Kronstadt, Cunoașterea de Dumnezeu și cunoașterea de sine, Ed. Sofia, București 2010. p.114-116)