Hemos comido, ¿pero nos hemos alimentado?
El alimento espiritual es la oración, el “pan de cada día” de nuestra alma. El mismo Señor Jesucristo se entregó a Sí Mismo como alimento para la vida y salvación de nuestras almas, en la Comunión con Su Sangre y Cuerpo.
La Palabra de Dios es alimento para nuestra alma, porque “El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (Mateo 4, 4; Jeremías 15, 16). Felices son esos que sienten “hambre y sed de la Palabra de Dios” (Amós 8, 11). El alimento espiritual es la oración, el “pan de cada día” de nuestra alma.
Pero a nuestra alma se le ha dado un alimento aún más valioso que esto. El mismo Señor Jesucristo se entregó a Sí Mismo como alimento para la vida y salvación de nuestras almas, en la Comunión con Su Sangre y Cuerpo. Su santo sacrificio es el mejor alimento para nuestra alma.
Así pues, tomando el pan y bendiciéndolo, Jesús dijo, “Tomen y coman, este es Mi Cuerpo”; después, tomando la copa, dijo, “Beban todos de ella, esta es Mi Sangre, derramada para el perdón de los pecados” (Mateo 26, 26-28).
(Preot Iosif Trifa, Mai lângă Domnul meu, Editura Oastea Domnului, Sibiu, 2003, p. 63)