Hoy he visto llorar a la Madre del Señor
¡Te agradecemos porque eres la defensora y protectora de aquellos que cada día crucificamos a Cristo!
Desde hace algunos días lloro con más frecuencia. Aparentemente, por el Señor. De hecho, por mí y por mis incontables pecados. Cuando pusieron la Cruz en medio de la iglesia, sentí que mi corazón se desmoronaba. Apenado por Él… pero especialmente apenado por mí.
Y si yo, miembro activo de los pecadores que lo crucificaron, lloro ahora, ¿cómo podría imaginarme tan sólo una pizca del dolor de la Madre del Señor?
Durante el oficio de la colocación en el sepulcro del Señor, la veía a ella, y después bajaba la mirada al suelo. Y con mucho trabajo lograba contener las lágrimas. De dolor. De vergüenza. De amor. Y de agradecimiento. ¡Ella es mi Mamá! ¡Es mi Mamá más buena! Pero ¿cómo así? ¿Cómo podría ser ella la madre de los verdugos de su Hijo? ¿Cómo puede llorar a mi lado, a nuestro lado… por nuestros pecados, por nuestra rectificación? ¿Cómo puede amarnos a nosotros, que no sabemos amar?
El sufrimiento de la Madre del Señor en estos días es algo inimaginable. “¡Ay, divino Hijo! ¡Luz del mundo! ¿Cómo te fuiste de mí, Cordero de Dios?”. Sus lágrimas no tienen cómo dejarnos indiferentes. ¡Son lágrimas de Madre! De un dolor profundo, pero no de desesperanza. “No sufro viéndote crucificado sin culpa. ¡Pero apresúrate a levantarte, para que también yo pueda ver Tu Resurrección de entre los muertos, después de tres días!”.
La Madre del Señor sabía que Cristo fue castigado por nuestra salvación y para que todos fuéramos sanados por Sus heridas. ¡Sabía y creía en la Resurrección! Con todo, ¡no tenía como no llorar y no lamentarse, no tenía cómo no sufrir, viendo sujetado al madero a Aquel que sujetó la tierra sobre las aguas!
Las lágrimas de la Madre del Señor me llegaron hoy hasta el alma, más que otras veces. Y oro por poder mantenerlas allí. Y no olvidarlas. Y no provocar otras. Ella, a cuyos brazos corremos cuando queremos llorar, ella es la que llora hoy, a los pies de su Hijo. Y mira cómo lo llevan al sepulcro. “¡Ay, divino Hijo! ¡Ay, Luz del mundo!”.
¡Ay de nosotros, Mamá! ¡Perdónanos por los dolores que te hemos provocado! ¡Te agradecemos por los dolores que aceptaste! ¡Te agradecemos por el amor de tu Hijo, quien desde la Cruz te puso como Madre nuestra! ¡Te agradecemos porque eres la defensora y protectora de aquellos que cada día crucificamos a Cristo!