Humildad y coraje
La humildad y el coraje conducen el alma a la glorificación de Dios, dejándola que dependa completamente de la esperanza en su Creador, y constituyen el marco necesario para la oración.
La vida y la lucha del hesicasta se desarrolla entre dos polos, dos virtudes de una importancia especial: la humildad y el coraje. La humildad o “mente humilde” viene de la conciencia de la nimiedad del hombre, premisa fundamental para la obtención de la Gracia; la alcanzamos con el auxilio de Dios, cuando negamos nuestra propia voluntad y nos entregamos a una vida de privaciones, es decir, al doloroso afán que practica monje para librarse de su propia voluntad y de la atracción por las cosas materiales.
El otro polo es el coraje, la valentía, la determinación ante Dios, como si se tratara de “una suerte de ojo de la oración, o un ala, o una prodigiosa cualidad”. Esta valentía no procede de la conciencia de la virtud humana —lo cual sería un pecado, específicamente, el pecado del orgullo y el amor a sí mismo—, sino del sentimiento del consuelo permamente del amor al prójimo y de la bondad de Dios. Ambos aspectos, la humildad y el coraje, conducen el alma a la glorificación de Dios, dejándola que dependa completamente de la esperanza en su Creador, y constituyen el marco necesario para la oración.
(Traducido de: Sfântul Calist Angelicoudes, Trei tratate isihaste, Editura Doxologia, 2012, pp. 33-34)