Palabras de espiritualidad

Humillémonos, para que no sea Dios quien lo haga

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Hermano, por el enorme don que te ofrece Dios, Quien sufrió por tus pecados para que te le unas, haz al menos esto: consideráte indigno y el peor de todos. Agradécele constantemente y considérate deudor ante quienes te dan la oportunidad de humillarte, es decir, ante quienes te han difamado o siempre te calumnian. Aunque sufras esas ofensas, esfuérzate como puedas en no mostrar ningún signo de enfado.”



 

Esto es esencial para todas las virtudes. Dios nos hizo de la nada y siendo lo que somos, por medio Suyo, quiere que todo nuestro ser espiritual se fundamente en esa conciencia de nuestra propia nimiedad. Mientras más profundicemos en esta observación, de mejor manera notaremos nuestras debilidades e iniquidades, al tiempo que Dios nos dará piedras más fuertes para edificar nuestra casa espiritual.

No pienses, hijo, que alguna vez podrás profundizar en este conocimiento. Es imposible. (...)

Si quieres alabar a Dios, humíllate y desea ser perseguido por los demás. Humíllate con todo y con todos, si quieres dar gloria a Dios.

Si quieres encontrarlo, no te enaltezcas, porque Él se irá. Humíllate cuanto puedas, y verás como vendrá a tu encuentro para abrazarte. Mientras más te humilles ante Sus ojos y más indigno te consideres frente a todos, más Él te recibirá y se unirá estrechamente contigo, con amor.

Hermano, por el enorme don que te ofrece Dios, Quien sufrió por tus pecados para que te le unas, haz al menos esto: consideráte indigno y el peor de todos. Agradécele constantemente y considérate deudor ante quienes te dan la oportunidad de humillarte, es decir, ante quienes te han difamado o siempre te calumnian. Aunque sufras esas ofensas, esfuérzate como puedas en no mostrar ningún signo de enfado.

Y si con todos estos esfuerzos, la astucia del maligno y nuestra inclinación al mal arrecian en nosotros, de tal forma que los pensamientos del orgullo nos siguen ofendiendo e hiriéndonos el corazón, aún así es el momento propicio para humillarnos y denigrarnos, para odiar nuestro pecado, viendo que nuestra lucha nos ayuda a librarnos de él.

Pero no podemos escapar de su brutalidad, ya que sufrimos por lo que el orgullo hace en nosotros, porque su raíz sigue estando en la maldita e inútil soberbia.

Sólo actuando de la forma que les he dicho (humillándonos) podemos extraer del amargo veneno, miel, de las heridas, salud y del orgullo, sencillez.

(Traducido de: Nicodim Aghioritul, Războiul nevăzut, Editura Egumenița, Galați, pp. 121-122)