Imagen y representación. ¿A quién elegimos parecernos?
La imaginación aleja al hombre de Dios, pero invocar el nombre de Jesucristo y buscar la voluntad de Dios nos puede librar de ese dominio.
Para el creyente simple y humilde, escapar del dominio de la imaginación se consigue sólo por medio de la mera y total esperanza de vivir bajo la voluntad de Dios. Se trata de algo muy simple, pero "oculto a los sabios y eruditos", porque no es fácil de explicar con palabras.
En esta búsqueda de la voluntad divina se nos pide “renunciar” al mundo. El alma desea vivir con Dios y por eso renuncia a su propia voluntad y a las imágenes que no pueden construir y crear, demostrándose no ser otra cosa que “la oscuridad más superficial”.
El mundo de la voluntad humana y de las “representaciones” (imágenes), es el mundo de los “espectros” de la verdad. Este mundo del hombre es el mismo que el de los demonios; precisamente por esto la imaginación es una puerta abierta para los trabajos del demonio.
También las representaciones demoníacas y las creadas por el mismo hombre pueden influir en los demás, cambiando su exterior. Toda imagen creada por el hombre o inspirada por los demonios, si es aceptada por el alma, viene a deformar el concepto espiritual del hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Tal “creación”, al final de su desarrollo, lleva al “endiosamiento” de la criatura, es decir, a la afirmación del principio divino de morar en la misma esencia del hombre. En virtud de esto, la religión natural, es decir, la religión de la mente humana, fatalmente asume un carácter panteísta.
Tanto las representaciones humanas como las demoníacas tienen poder propio, algunas veces muy grande, pero no por ser “reales” en el sentido completo de la palabra —como lo es el poder divino, que puede crear algo a partir de la nada—, sino porque la voluntad humana tiende a ellas; y sólo cuando tiende a ellas, el hombre se forma a partir de ellas. Pero el Señor libera del dominio de los vicios y de las imaginaciones al que se arrepiente, y el cristiano que ha escapado de ellas no puede sino reírse del poder de tales representaciones.
El poder del mal cósmico sobre el hombre es enorme, y ninguno de los descendientes de Adán puede vencerlo sin Cristo y fuera de Cristo. Él es el Salvador en todo el sentido de la palabra. He aquí la fe del creyente que se esfuerza, y por eso la oración que calma la mente consiste en llamar constantemente el nombre de Jesucristo, razón por la cual ha sido llamada “la Oración de Jesús”.
(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Cuviosul Siluan Athonitul, Editura Reîntregirea, Alba Iulia, 2009, pp. 165-166)