Palabras de espiritualidad

“Jesucristo, vencedor del infierno y manantial de nuestra Resurrección” (Carta pastoral de Pascua, 2023. S.A.E. Teófano, Metropolitano de Moldova y Bucovina)

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Con la luz recibida de la misma Luz de la Resurrección, volvemos a nuestra cotidianeidad y abrazamos a todos, anunciando que «Cristo resucitó de entre los muertos, pisoteando a la muerte con la muerte, y dando vida a los que estaban en el sepulcro».

† TEÓFANO

Por la Gracia de Dios, Arzobispo de Iaşi y Metropolitano de Moldova y Bucovina.

Amados párrocos, piadosos moradores de los santos monasterios y pueblo ortodoxo de Dios, del Arzobispado de Iaşi:

Gracia, alegría, perdón y auxilio del Dios glorificado en Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

Amados hermanos sacerdotes,

Venerables moradores de los santos monasterios,

Cristianos ortodoxos,

¡Cristo ha resucitado!

En la luminosa noche de la Santa Pascua, nos reunimos en torno a nuestras iglesias para conocer, vivir y confesar la verdad de que Cristo resucitó de entre los muertos, que venció a la muerte y nos abrió el camino a la vida eterna.

La Resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe; es, también, la verdad que da cimiento a nuestra vida entera. La Resurrección del Señor es el suceso que cambió el curso de toda la historia humana, ofreciéndole un nuevo comienzo, ahora edificado en la eternidad de la vida, porque «Cristo-Dios nos hizo pasar de la muerte a la vida y de la tierra al cielo» [1].

Por eso, la fiesta de hoy nos trae alegría y nos llena de entereza. En el día de la Resurrección, las primeras palabras que las miróforas y los Santos Apóstoles escuchan, son justamente palabras llenas de esperanza: «¡No temáis!» [2], «¡No os asustéis!» [3], «¡Alegraos!» [4], «¡La paz esté con vosotros!» [5]. Estas palabras, pronunciadas por ángeles o por el Señor Mismo, son portadoras de luz y manantial de fuerzas para los hombres de ayer y también para los de hoy. Son palabras que expresan el júbilo por la victoria sobre nuestro último enemigo, la muerte [6], y, al mismo tiempo, manifiestan la confianza en que, por Cristo y en Cristo, también nosotros podemos alzarnos desde el infierno de la desesperanza, desde el desgarrador infierno de la falta de sentido, el infierno de la soledad y la esclavitud de todo tipo, por profundo y oscuro que sea.

Cristianos ortodoxos,

La doctrina de nuestra Iglesia da testimonio de que Cristo, muriendo en la Cruz, descendió al infierno con Su alma unida a Su divinidad. Descendió allí donde Adán, Eva y todos sus descendientes vivían el amargo sufrimiento de estar lejos de Dios, siendo sometidos al dominio de la oscuridad, la muerte y el demonio. Cristo descendió al infierno, para sacar de allí a nuestros ancestros y a todos los que han querido creer en Él. Así, «abriendo camino a todo cuerpo para la resurrección de entre los muertos», «nos eximió de los dolores de la muerte» [7] y llenó todo con Su gloria. 

La conciencia litúrgica de la Iglesia tomó esta verdad y la trasladó a sus cánticos e himnos. En cada Divina Liturgia, el sacerdote recita: «En el sepulcro con el cuerpo, en el infierno con el alma, como un Dios, en el Paraíso con el ladrón y en el trono junto con el Padre y el Espíritu, estuviste, oh Cristo, llenando todo, Tú que eres inabarcable». Los cánticos del período de la Santa Pascua plasman con insistencia la alegría causada por el hecho de que Cristo haya descendido «a lo que está más debajo de la tierra» [8] y «destruyó el poder del infierno» [9], para que ahora «celebremos la muerte de la muerte, la devastación del infierno y el comienzo de una nueva vida, eterna» [10].

El acto del descenso de Cristo a las profundidades del infierno es la continuación del mismo acto redentor de la Encarnación y la inmersión en las aguas del Jordán. Es, de igual forma, la prolongación de lo que nuestro Señor Jesucristo vivió, con la máxima intensidad del sufrimiento, en el jardín de Getsemaní o en el momento en que, en la Cruz, clamó. «Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has abandonado?» [11].

El descenso de Cristo al infierno, como manifestación del poder de Su Resurrección, da testimonio del profundo cambio obrado en la existencia del hombre, como un nuevo propósito de la muerte: «Con Su descenso al infierno, el Señor obtuvo Su victoria más importante, Deshizo el orden existente desde la caída de Adán, el cual hacía que, después de morir, el hombre permaneciera durante siglos alejado de Dios, sometido a los espíritus malignos. De esta forma, el sentido de la muerte fue transformado, dejando de ser solamente un castigo por el pecado, para devenir en una vía para unirnos con el Altísimo» [12].

Amados hijos e hijas de la Iglesia de Cristo,

La confesión de la verdad de que Cristo Resucitado venció al poder de la muerte y del infierno es de gran importancia para nosotros. De hecho, todo lo que hizo nuestro Señor Jesucristo tiene un vínculo directo, personal, con cada persona. El Santo Apóstol Pablo dice que «Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicias (de la resurrección) de los que durmieron» [13]. En ese mismo sentido, somos testigos, con la mayor claridad posible, en los días de la Pascua, de cómo la Muerte y la Resurrección de Cristo se hallan en una relación directa con nuestra vida, nuestras alegrías y nuestras aflicciones. «Ayer entré al sepulcro contigo, oh Cristo; hoy me levanto contigo, Tú que resucitaste. Ayer me crucifiqué contigo: Tú Mismo concédeme la gloria, oh Señor, en Tu Reino» [14]. Tal como, descendiendo al infierno, Cristo rompió las cadenas de quienes se hallaban allí, hoy, el Mismo Cristo-Dios desciende a nuestros dolores y sufrimientos más profundos, hasta el infierno que hay en nosotros, proponiéndonos elevarnos, resucitar y librarnos de la oscuridad.

Para que esto se haga realidad, se necesita que seamos conscientes de que en nosotros hay mucha oscuridad, mucha muerte, mucho infierno. El orgullo diabólico, el despiadado deseo de dominar, las heridas interiores, la tragedia de la falta de sentido y luz en la vida, el tormento de la soledad, de la tristeza, de la desesperanza o del tedio son también formas del infierno. En esencia, el infierno se muestra en la falta de fe en Dios, en la distancia que ponemos con Él, en nuestro alejamiento de Él. La realidad del infierno es el estado de no estar en Dios: «Mientras no estemos en Dios, estaremos en el infierno» [15], dice el padre Rafael Noica. Y un hermano suyo, el padre Zacarías Zaharou, concluye: «No hay nada más trágico para el hombre, que vivir en este mundo con un corazón viudo de todo hálito y consuelo divino» [16].

Nosotros sabemos que nos encontramos con Dios en la Iglesia, en la Eucaristía, en la alegría, en la humildad y en la paz del corazón, en la relación con los demás. Hay también otro lugar donde nos podemos encontrar con Dios: en el infierno que hay en nosotros. También allí desciende Él para demostrarnos que nos ama, nos perdona y nos consuela. Él desea librarnos de ese lugar, el abismo de tantos estados de sufrimiento, y llevarnos al camino de la alegría y la vida eterna. Eso sí, con una condición: que también nosotros queramos salir de allí para recibir la resurrección, junto con la liberación de la muerte y el infierno. Si el hombre da una pequeña señal de querer levantarse, Dios lo coge fuertemente de las muñeas, como a Adán en el ícono de la Resurrección y lo alza a la luz. Si el hombre rechaza esa colaboración, Dios no lo obliga a ser libre. Él espera pacientemente a que el hombre espabile y reconsidere su posición con total libertad, aceptando ser tomado de las manos y liberado.

De cualquier modo, no hay liberación posible sino en la misericordia, el poder y la Gracia de Dios. «El auxilio viene cuando clamamos: “¡Señor, ten piedad de mí!”». «En mi gran aflicción, mi única salida es Dios». «Tú eres mi fuerza, Señor. Tú eres mi Poder. Tú, Dios Mío. Tú, mi Alegría», repetimos continuamente al orar.

De hecho, a lo largo de la historia de la humanidad, la liberación o la solución a las crisis más profundas en el plano personal o comunitario siempre ha sido Dios. Él es la solución a la situación en que nos encontramos actualmente. Él es la única salida. Nosotros, los hombres, estamos llamados a actuar con la mente, con nuestros brazos, con la oración, pero siempre con la certeza de que «no pondré en mi arco mi confianza», como dice el profeta David, y «mi espada no me salvará (...), sino Tu diestra, Tu brazo y la luz de Tu rostro» [17], refiriéndose a Dios.

Frente a todo lo que sucede en la vida del mundo —guerras, terremotos, plagas—, muchas veces nos sentimos impotentes. A menudo, decimos: «Somos muy pequeños» o «Somos demasiado insignificantes» para contribuir a transformar la situación global, tan marcada por crisis y conflictos de toda clase. Solemos olvidar las palabras de nuestro Señor Jesucristo: «¡Tened ánimo, que Yo he vencido al mundo!» [18] y «donde hay dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos» [19]. Y ahí donde está Dios, la fuerza del mal es vencida.

La celebración de la Divina Liturgia y la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, la “Oración del corazón” y una mente humilde son fuentes de poder por las cuales Dios puede salvar al mundo, puede influir en el curso de los acontecimientos políticos, sociales o militares: «El estado moral y espiritual de la humanidad», dice San Sofronio, «se refleja en el orden social y en los acontecimientos políticos. Los sucesos históricos visibles son los síntomas de la salud o la enfermedad espiritual; dicho de otra manera, proyectan o reflejan lo que ocurre espiritualmente en el mundo. Por esta razón, a los cristianos les resulta natural servur a la humanidad, en primer lugar, espiritualmente. Sanando espiritualmente a la humanidad, generamos orden y paz en el plano familiar, social y político». Esto, porque «los acontecimientos exteriores son, de hecho, la manifestación de los estados espirituales de la humanidad. Es imposible sanar a la humanidad con medios políticos, porque la raíz de la enfermedad está en el plano espiritual. En consecuencia, mientras se ignore este aspecto, la enfermedad del mundo no hará más que avanzar» [20].

Amados fieles,

Ahora, en el período de la Santa Pascua, estamos llamados a ser conscientes de que, por grande que sea el infierno del mundo y de nuestro interior, la última palabra la tiene, en nuestra vida y en la vida del mundo, Cristo Resucitado: «‟No temas [...], porque Yo estoy contigo para protegerte”, dice el Señor (...) “Lucharán contra ti, pero no podrán vencerte, porque Yo estoy contigo para librarte”, dice el Señor» [21].

Abriendo nuestra mente y nuestro corazón a la luz y el poder que brotan de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, continuamos con nuestra vida de familia o de monasterio, cada uno con sus propias cargas. Examinamos con atención y responsabilidad el mal que hay en nosotros y en el mundo, pero no nos dejamos abatir por su existencia. Luchamos para convencernos de que Aquel que está con nosotros —es decir, Dios— es más grande que ellos, los enemigos de la verdad [22]. ¡Aquí está nuestra esperanza! ¡Esta es nuestra liberación! De Dios recibimos el poder de soportar pacientemente las aflicciones, que es fuente de gozo y de la eternidad.

Con la luz recibida de la misma Luz de la Resurrección, volvemos a nuestra cotidianeidad y abrazamos a todos, anunciando que «Cristo resucitó de entre los muertos, pisoteando a la muerte con la muerte, y dando vida a los que estaban en el sepulcro».

¡Que todos tengan una santa Festividad!

¡Que la Luz de la Resurrección nos cubra a todos!

¡Para todos, alegría, paz y bendición!

 

El servidor de cada uno de ustedes, orando a Dios por todos, 

† TEÓFANO

Metropolitano de Moldova y Bucovina

 

Notas bibliográficas:

1. “Canon de la Resurrección”, canto I, irmos, en Penticostar, Ed. Institutului Biblic şi de Misiune al Bisericii Ortodoxe Române, Bucarest, 1999, p. 16.

2. Mateo 28, 5.

3. Marcos 16, 6.

4. Mateo 28, 9.

5. Juan 20, 19.21.26.

6. I Corintios 15, 26.

7. Liturgia de San Basilio el Grande.

8. “Canon de la Resurrección”, canto VI, irmos, en Penticostar, p. 18.

9. “Canon de la Resurrección”, kondaquio, en Penticostar, p. 18.

10. “Canon de la Resurrección”, canto VII, verso II, en Penticostar, pp. 20-21.

11. Mateo 27, 46; Marcos 15, 34.

12. Natalia Manoilescu-Dinu, Iisus Hristos Mântuitorul [Jesucristo el Salvador], Ed. Bizantină, Bucarest, 2004, p. 681.

13. 1 Corintios 15, 20.

14. “Canon de la Resurrección”, canto III, verso II, en Penticostar, p. 16.

15. “Mientras no estemos en Dios, estaremos en el infierno”, conferencia sostenida por el padre Rafael Noica en la iglesia “Consejo de la Madre del Señor” y “San Elias”, residencia metropolitana de Limours, Francia, 19 de octubre de 2017.

16. Archim. Zacarías Zaharou, Pecetea prezenţei lui Dumnezeu în inima omului [La señal de la presencia de Dios en el corazón del hombre], Ed. Basilica, Bucarest, 2020, p. 21.

17. Salmos 43, 8.5.

18. Juan 16, 33.

19. Mateo 18, 20.

20. Archim. Sofronio Sajarov, Taina vieţii creştine [El misterio de la vida cristiana], traducere de ierom. Rafail Noica, Ed. Accent Print, Suceava, 2014, p. 165.

21. Jeremías 1, 8.19.

22. IV Reyes 6, 16.