¡Juzguémonos a nosotros mismos, no a los demás!
El hombre que se acostumbra a ver solamente sus propias maldades y a condenarse a sí mismo, se hará acreedor de la clemencia del Juez, el día del Juicio Final. Esto ya no los dijo con claridad San Pablo: “Si nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos castigados” (I Corintios 11, 31).
Hablemos solamente de cosas buenas y procuremos, cada día de nuestra vida, no juzgar la vida de los demás como si conociéramos detalladamente sus secretos. Mejor juzguemos nuestras propias faltas. Solo así podremos librarnos del fuego del infierno. Porque, del mismo modo en que, quienes escudriñan los pecados de otros eluden ver los suyos, así también, quien evita ver la vida de los demás, examina con más cuidado la propia. Ciertamente, el hombre que se acostumbra a ver solamente sus propias maldades y a condenarse a sí mismo, se hará acreedor de la clemencia del Juez, el día del Juicio Final. Esto ya no los dijo con claridad San Pablo: “Si nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos castigados” (I Corintios 11, 31).
Así pues, para salir bien librados en el Día del Juicio, renunciemos a ver lo que hacen a los demás y volvamos la vista a nuestra propia vida. Castiguemos los pensamientos que nos convencen a pecar, reprendamos nuestra conciencia y pidámonos cuentas por el mal que hemos hecho. Así es como podrems aligerar la carga de nuestros pecados y gozar del perdón de Dios, viviendo el resto de nuestra vida con alegría, porque podremos participar de las bondades futuras, con la Gracia y el amor a los hombres de nuestro Señor Jesucristo, en el Cual y con el Cual el Padre al Padre y al Espíritu Santo se debe toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Cateheze maritale. Omilii la căsătorie, traducere din limba greacă veche de Părintele Marcel Hancheș, Editura Oastea Domnului, Sibiu, 2004, p. 84)