Palabras de espiritualidad

La abismal diferencia entre el hombre humilde y el codicioso

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Si el desapego es una virtud digna de toda admiración, la codicia es una de las peores maldades que hay.

El maligno no puede acercarse a aquel que no tiene nada. Porque no tiene con qué dañarlo. La mayoría de tribulaciones y tentaciones provienen de la pérdida de bienes materiales. ¿Pero qué puede hacer el demonio en contra de los que desprecian las cosas del mundo? Nada. ¿Incendiarles sus graneros? No tienen. ¿Matarles el ganado? Tampoco tienen. ¿Atacar a sus seres queridos? Hace tiempo que se han despedido de ellos. Así pues, ese desprendimiento es el peor castigo que se le puede infringir al demonio, y, a la vez, el tesoro más grande del alma.

Luego, si el desapego es una virtud digna de toda admiración, la codicia es una de las peores maldades que hay. Con razón el venerable Pablo decía que esta pasión es la fuente de todos los males. La avaricia, el juramento en vano, el hurto, la usurpación, el desenfreno, la envidia, el odio, la venganza, la idolatría, la gula y todo lo que estos males engendran, como la falsedad, la lisonjería, y el desprecio a los demás tienen como raíz la codicia. Este fue el motivo por el cual el Apóstol la llamó “la madre de todos los males” (I Timoteo 6, 10). Y no es Dios quien castiga a los codiciosos, sino que ellos se destruyen solos. Porque, ya que su maldad es insaciable, jamás encuentran cómo satisfacer su pasión, razón por la cual no logran sanar su herida. Por el contrario, el que tiene poco, poco es también lo que desea. El que tiene mucho, siempre quiere más. Si tiene cien monedas, quiere mil. Y una vez alcanzada esa meta, siente que quiere más y más. Entonces, ya que es incapaz de ponerse un límite, todo el tiempo siente que es pobre y que necesita más de lo que ya tiene. Sumado a esto, la codicia siempre trae consigo la envida. Y esta perjudica aún más a la persona. Porque, tal como la víbora, que al nacer primero mata a su propia madre, así también la envidia ataca y destruye primero al que la padece, para después diseminarse entre los demás.

(Traducido de: Sfântul Atanasie cel Mare, Viața Sfintei Sinclitichia și alte scrieri ascetice, traducere de Laura Enache, Editura Doxologia, 2019)