La acción de la Gracia de Dios en cada uno de nosotros
Para que el hombre no caiga en semejante muerte espiritual, debe evitar obrar lo que le prohíbe su propia conciencia, y no dejar sin hacer aquello que la ley de Dios le impone como un deber.
Una vez recibida, la Gracia no le es retirada al hombre hasta el final de su vida, de manera que cualquier pecador puede, si así lo desea, aprovechar ese don divino para arrepentirse y tener vida (Ezequiel 18, 23; 33, 11).
Si, al contrario, el hombre elige seguir el decadente camino del pecado, el Señor le da la libertad de hacer lo que le plazca. Y, con todo, por Su inmenso amor paterno, le envía, en distintos momentos de la vida, por medio de enfermedades, tribulaciones e infortunios, un recordatorio de la necesidad de arrepentirse.
Incluso al más vil de los pecadores y enemigo Suyo, nuestro Buen Dios no lo priva de Su Gracia. Únicamente en el Día del Juicio apartará por completo Su Gracia de aquellos que no se hayan arrepentido, ordenando a Sus servidores, los ángeles, que hagan lo que corresponde (Lucas 19, 27). Al explicar este último punto, San Basilio el Grande habla de la separación para siempre y la privación de la Gracia a aquellos que no la utilizaron para su salvación. Por eso, para que el hombre no caiga en semejante muerte espiritual, debe evitar obrar lo que le prohíbe su propia conciencia, y no dejar sin hacer aquello que la ley de Dios le impone como un deber.
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Viața duhovnicească a creștinului orotodox, Editura Predania, București, 2010, p. 28)